A la salida del sol una tenue niebla
cubre el cauce del Canal de Castilla |
EnAmanece una mañana bastante fría y poco antes de que
salga el sol me pongo en marcha. De camino por el Canal de Castilla me
encuentro ya peregrinos llegando a Frómista, y que por tanto
llevan ya una o dos horas caminando.
El agua del canal, más cálida que el
aire, produce una tenue niebla que cubre el cauce y choca contra los
verdes y espigados carrizos que lo bordean.
El camino es paralelo al canal y es
prácticamente llano, aunque cuesta pedalear por el piso
irregular, con hierbas y piedras. Ello no quita la sensación de
frescor verde en mitad de una llanura dorada en la que se escapa la
vista casi al infinito.
Uno de los muchos puentes, sobrios y
elegantes, que unen las orillas del canal |
A mi paso salen huyendo innumerables pájaros,
patos, y hasta unas musarañas que corren en fila
siguiéndose muy de cerca. Voy pasando por distintas esclusas,
hoy en día desmanteladas. Es una lástima que, como se ha
hecho en otros países europeos, no se haya recuperado el canal
para el turismo fluvial, haciéndolo de nuevo navegable. De todos
modos, para los senderistas y ciclistas es una auténtica joya.
Me gusta que, a diferencia de la vía verde del Pas en Cantabria
que está totalmente asfaltada, el canal conserva sus caminos
casi vírgenes. El pedaleo es más cansado, pero la
sensación de estar contacto con la naturaleza es total.
Una curiosa estructura. Un acueducto
transporta el agua del canal a su cruce con el cauce de un río,
que pasa por debajo |
Al llegar al centro de interpretación del canal
me encuentro con que no hay puente para atravesar el Pisuerga, que se
cruza aquí con el canal, por lo que hay que interrumpir el
camino para dar un rodeo de varios kilómetros por Herrera de
Pisuerga. Retomado ya el canal, éste concluye (o se inicia) en
Alar del Rey. Es una vía verde apacible y que apetece repetir,
quizás al final del verano con mi hijo Miguel.
Las esclusas del canal, que
permitían salvar los desniveles a las embarcaciones movidas por
mulas, están hoy en día desmanteladas |
Terminada la vía verde ahora debo cambiar a un
recorrido exclusivamente por carretera. Hago un desvío por Mave
y Olleros para rodar por carreteras secundarias y evitar así el
agobio de la general. Paro en Aguilar de Campoo a comer. Había
pasado muchas veces por Aguilar sin entrar en el pueblo, y lo descubro
por primera vez, muy bonito, especialmente su gran plaza central y el
parque a orillas del Pisuerga.
Después de comer tomo otro desvío por el
bello y cuidado pueblo de Menaza, para luego subir el puerto de Pozazal
por la antigua carretera nacional, ahora casi sin tráfico
gracias a la cercana y moderna autovía.
El pueblo de Menaza, en lo alto de una
colina, me sirve para alejarme de la carretera general y al mismo
tiempo disfrutar de su belleza |
Después de coronar el puerto para volver al
valle del Ebro pedaleo cuesta abajo, debido al fuerte viento Norte,
hasta llegar a Reinosa, fin de esta larga etapa de 116
kilómetros. Hoy me he sentido bastante más cansado que en
días atrás y hasta he fantaseado en algunos momentos con
el fácil recurso de llamar a casa para que viniesen a buscarme.
Supongo que la diferencia fundamental con los días anteriores
era la soledad. El Camino de Santiago es un reto personal, que se
convierte en colectivo al compartirlo con cientos de peregrinos con los
que te cruzas y a los que das y de los que recibes ánimos. Hoy
no me he encontrado a nadie en el canal, y luego sólo el
tráfico impersonal de las carreteras. Redescubro a través
de la soledad de hoy qué es lo que hace tan especial una ruta
como el Camino de Santiago.