En contra de mis temores, la noche en el polideportivo fue agradable y pude descansar. Hacia las 11 todo el mundo estaba acostado y se apagó la luz. Hacia las tres de la madrugada me desperté un momento y pude escuchar el coro de ronquidos como no lo hacía desde la mili. A veces parecía que se acompasaban. Hacia las seis me despertó el ruido de mucha gente empaquetando sus cosas en silencio. Cremalleras, plásticos, el roce de la ropa. Me volví a dormir y cuando me levanté a las siete sólo quedábamos en el pabellón unos pocos: los dormilones.
Según la guía me espera una de las etapas mas duras: la de los toboganes, llamada así por que hay que ir bajando a cada uno de los valles de los afluentes del río Ulla. Y para bajar primero hay que subir. Preparo mis cosas y salgo justo cuando comienza a llover. Primero débilmente aunque con viento atemporalado. Luego con gran intensidad durante casi todo el día. Vuelve el frío intenso.
El camino, precioso, de caminos entre
bosques, es un barrizal. En las cuestas corre un río y en las
zonas bajas se acumula el agua. El algún sitio hay que dar un
rodeo porque no se puede pasar.
El crucero de Ligonde, con sus
extraños símbolos. Al fondo, un roble impresionante |
Hacia la mitad de la etapa estoy muy desanimado por el frío y deseando parar en el primer albergue. Es entonces cuando me encuentro con una pareja de Vitoria, íñigo e Izascun, majísimos, con los que también había coincidido la noche anterior en el polideportivo. Están animados a llegar a Santiago hoy, así que les pido unirme a ellos contagiándome de su fuerza para terminar la etapa según lo previsto. Es agradable volver a pedalear con alguien al lado, poder charlar y compartir las bellezas del Camino.
Nos vamos poniendo de barro hasta las orejas
mientras adelantamos a un sinfín de peregrinos que caminan.
Volvemos a encontrarnos con la madre y la hija con que coincidimos en
Astorga. Seguían juntas y fuertes en esa última etapa, a
pesar de los cuatro días seguidos de lluvia. También
encontramos a otro grupo con una persona en una silla de ruedas que
tenía unos pedales de mano. Sus amigos le ayudaban a progresar a
través del barro y las piedras.
Mis nuevos amigos, Íñigo
e Izascun |
Paramos sólo lo justo para comer un bocadillo y seguir, ya que nos enfriamos si paramos mucho tiempo. Está siendo la etapa más dura, con 87 kilómetros de camino, barro, lluvia, frío, cuestas, bosques aldeas y montes. Estoy disfrutando muchísimo sobre todo con la ayuda de mis nuevos amigos. Izascun sólo se había preparado 3 días antes de salir haciendo 15 kilómetros cada día, y no sabía ni siquiera usar el cambio de la bici.Ahora era una experta y había hecho el camino desde Vitoria en 9 etapas de entre 70 y 100 kilómetros. ¡Eso es coraje!
La bici me ha empezado a dar problemas. Esta mañana se me rompió el enganche del pedal automático, que pude arreglar en una tienda de bicis en Palas de Rei. Ahora el cambio me salta de un piñón a otro él solo, y no consigo ajustarlo. El freno de atrás se ha desgastado y la yo frena. El esfuerzo también pesa sobre la bici.
Al llegar al Monte do Gozo, desde el que se ve la ciudad de Santiago y
la Catedral nos entra a los tres una reconfortante sensación de
final del Camino, y una gran emoción. Subimos la dura rampa que
lleva hasta lo alto del monumento a toda velocidad, hasta el punto de
que mucha gente que había allí nos vitorea. Se me nubla
la vista de la emoción contenida. Nos hacemos varias fotos
arriba, que intercambiaremos por correo electrónico.
La llegada al Monte do Gozo |
Un poco más abajo nos despedimos, ya que yo quería quedarme el albergue y ellos querían seguir ese mismo día hasta Santiago, ya a tiro de piedra.
El albergue está muy bien organizado y es gigantesco. Basta decir que me ha tocado estar en el pabellón 27, habitación 447, litera 5. La ducha caliente me permite convertir las piernas negras de barro en las mías de siempre. Luego la cena y un colacao caliente. Me encuentro con uno de los malagueños que ha llegado al mediodía. Están muy contentos, aunque cansados del agua y el frío.
Después de escribir estas
líneas, a dormir. Estoy a las puertas de Santiago y
mañana llegaré a la meta, aunque tengo la
sensación de haber llegado ya.
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