Me despierto con la esperanza de que no llueva, pero el día amanece frío y lluvioso. Desayuno en la habitación pues la cafetería está cerrada. Da pereza partir lloviendo, pero sé que es sólo un obstáculo psicológico, pues si llueve en marcha uno sigue ¡Hay que seguir!
La subida por la carretera a los altos de
San Roque y del Poio es suave. Me gusta pedalear cuesta arriba para
entrar en calor. El agua va empapando los guantes, los calcetines, el
culote, y luego se cuela por la garganta hacia la espalda. La bajada
hasta Tricastela es un suplicio de frío. El viento es tan
intenso que me tambalea en las curvas y en algunos sitios me frena y
tengo que pedalear cuesta abajo. Eso me da una idea y también
cuando no hace falta pedaleo y freno a la vez para intentar generar un
poco de calor interno. Por fin, abajo, una cafetería salvadora
donde tomar un colacao caliente. Otros ciclistas llegan a la vez en
idénticas condiciones. Llueve a mares.
Unos peregrinos coronan el Alto de San
Roque bajo la lluvia, el viento y la niebla |
Después de entrar en calor toca seguir bajo la lluvia. De nuevo el frío intenso. Deseo que lleguen las cuestas arriba para pedalear con fuerza, pero es agotador.
Al llegar a Samos deja de llover y comienza
un precioso camino por el bosque y las aldeas.
Todo subidas y bajadas. Es el Camino de Santiago en estado puro, como
debieron verlo los antiguos peregrinos, sin cambiar durante siglos. Al
no llover y tapar los árboles el viento, el cuerpo entra en
calor y vuelvo a disfrutar de la belleza que el Camino muestra a mi
alrededor.
El vado de un río nos muestra el
Camino en estado puro |
Llego a Sarriá y tomo otro colacao
caliente y un bocadillo. Después el Camino continúa entre
bosques, prados y aldeas. No llueve, y sigo disfrutando. Hay rampas muy
fuertes, y algunas de ellas tengo que hacerlas a pie. Algunas bajadas
con piedras resbaladizas que también debo hacer a pie para
evitar una caída. Me encuentro en uno de esos tramos de piedras
que acaba con el vado de un río a un grupo de peregrinos. Unos
llevan a hombros a un compañero, mientras otros, también
a hombros, llevan su silla de ruedas. ¡Qué cantidad de
amor y sacrificio se invierte en el Camino!
Disfruto pasando por el barrizal con la
bici |
Justo cuando comienza de nuevo a diluviar encuentro un restaurante en una aldea. Son las dos y media, por lo que paro a comer. Estoy salvado al menos de este chaparrón.
Al salir, no llueve y el camino
continúa igual de bonito. Unos kilómetros más de
ascenso, y luego el descenso hasta Portomarín. Cómo se
disfrutan los descensos por caminos de barro y tierra en bici de
montaña. Me gusta pasar por los charcos y el barro, que a veces
está mezclado con estiércol. En Castilla no
entendía porqué los peregrinos a pie llevaban botas si
para mi unas zapatillas deportivas eran mucho más
cómodas. Aquí veo que las botas son imprescindibles para
andar por el barro. Menos mal que son las ruedas de la bici las que lo
soportan en mi caso.
En el descenso por estos caminos se
aprecian las virtudes de la bici de montaña |
En Portomarín atravieso el embalse
ahora casi seco, construido en el cauce del Miño. Subiendo hacia
el pueblo después de atravesar el impresionante aunque feo
puente, vuelve a diluviar. El albergue está lleno, pero el
polideportivo está abierto a disposición de los
peregrinos. Impresiona al entrar ver un bosque de esterillas, mochilas,
gente dormida, ropa mojada tendida, botas llenas de barro. Me parece
que está lleno, pero encuentro un rinconcito donde poner mi
esterilla y el equipaje. Hacia la noche vería que en aquel sitio
que me parecía lleno cabía muchísima más
gente. Y sólo hay dos baños para todos.
El pabellón de
Portomarín, todavía medio vacío |
Coincido al lado de un grupo de peregrinos a pie que vienen de O Cebreiro. Mientras la lluvia atruena al golpear el techo de uralita del pabellón me cuentan que dos de ellos son de Santander. Empezaron un grupo de cuatro, pero dos abandonaron y se habían juntado con otros dos caminantes para ir juntos. Me cuentan que al principio llevaban en el equipaje una tienda de cuatro kilos y hasta bombona de gas, pero que a las pocas horas de andar lo tiraron por ahí pues el peso les resultaba insoportable.
Otro ciclista que duerme a mi lado viene de Francia y ha recorrido ya 900 kilómetros, todo por caminos. Su familia le viene a ver el jueves a Santiago y por eso lleva prisa en estas últimas etapas.
Ahora hay proporcionalmente muchos menos peregrinos en bici que en Castilla. Se debe a que muchos peregrinos a pie comienzan el camino ya en Galicia, o poco antes. Por eso los albergues gallegos no dan abasto.
Algunos peregrinos, supongo que extranjeros,
entonan cánticos pero se oyen voces pidiendo silencio.
Temía que la noche iba a ser toda una experiencia, con
tantísima gente.
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