Salimos temprano de El Acebo. El bar
está cerrado por lo que hay que desayunar más abajo. No
llueve, pero hace mucho frío. La bajada hacia Ponferrada es
preciosa, pero estamos helados, con la ropa y el calzado húmedos
de ayer. En el siguiente pueblo también está el bar
cerrado, pero por fin, en Molinaseca podemos sentarnos delante de una
taza caliente. Fernando está aterido pero entramos en calor al
cabo de un rato.
La bajada, emocionante, hacia Molinaseca |
Sólo nos falta pedalear unos pocos kilómetros para llegar a Ponferrada. Allí, Fernando me dice que no puede más y que abandona. No se encuentra con fuerzas para subir más puertos con ese frío, con la lluvia y la niebla. Además, en Ponferrada puede tomar un tren o alquilar un coche para regresar. Le acompaño para alquilar el coche y luego nos tomamos un chocolate caliente y nos despedimos con un sentido abrazo. A las pocas horas, cuando yo apenas habría hecho 30 kilómetros más, me llamaría diciendo que estaba ya en Reinosa en casa de sus suegros, desde donde partió. ¡Cuatro días nos había llevado hacer ese mismo recorrido en bici¡
Después de ver el impresionante castillo de Ponferrada, sigo el Camino, esta vez solo. No me asusta la soledad ya que es relativa. Hay tantos peregrinos que siempre te sientes acompañado.
A diferencia de León, el camino para salir de Ponferrada estaba mimado. Se habían planificado rutas por caminos secundarios, urbanizaciones y zonas arboladas. Todo estupendamente señalizado. Incluso con algunas señales innecesarias, de esas tan necesarias para recordarte que vas por el buen camino.
Hasta Villafranca del Bierzo el Camino pasa por bosques y montes de gran belleza, de esos que te recuerdan que a pesar del frío estás disfrutando cada parte del camino. Me encuentro con los malagueños en un cruce. Ellos venían de recorrer caminos alternativos por el monte, muy contentos.
Me sorprende del camino que pasa por el
centro de muchísimos pueblos. Algunos feos, pero la
mayoría hermosos. Pueblos que nunca se ven desde la carretera.
Una de las bellísimas aldeas del
Camino |
Comienzo el ascenso al puerto de O Cebreiro, de 1300 metros de altitud, y ¡cómo no! se pone a llover. Es la maldición de los puertos en este viaje. Esta vez falta la niebla, pero al coronar el puerto la lluvia es torrencial y el frío va penetrando con el agua por los bordes del chubasquero. Durante la subida tengo que echar pie a tierra en muchas rampas fuertes, por primera vez desde Santander.
Al subir andando, empujando la bici, puedo hablar con peregrinos a pie que hasta ese momento sólo podía saludar con la mano al adelantar. Había dos mujeres andaluzas subiendo muy contentas. Habían empezado el camino hoy y de momento les parecía menos duro de lo que les habían contado. Subían sin equipaje. El ingenio crea oficios increíbles, como el de los taxis que se dedican a subir las mochilas de los peregrinos.
Al llegar a la cumbre estoy en Galicia. Son ya 74 kilómetros de etapa y llueve a mares, por lo que busco alojamiento en un hostal y puedo disfrutar de una ducha caliente y descansar. Aprovecho para tender en la habitación la ropa mojada de hoy y también la de ayer, que no se había secado del todo. A la mañana siguiente seguiría húmeda.
Un rato estuvo despejado y se podían ver a un lado del puerto los montes de León, y al otro los gallegos. Todo un espectáculo. Luego, otra vez la lluvia y la niebla. En una cabaña cercana había conexión a Internet y dos peregrinas norteamericanas disfrutaban conectadas.
Durante la cena, solo, me acordé mucho de Fernando. Estaba convencido de que tenía las fuerzas para llegar. Quizás fue el frío y la lluvia lo que le hicieron abandonar.
Después de la cena a escribir estas
notas y a dormir para recuperar fuerzas, Ya se ve cerca el destino.
Sólo faltan 160 kilómetros de subir y bajar por los
montes gallegos.
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