El Camino de Santiago en Bicicleta

Día primero: la cordillera cantábrica


Michael El día de la salida, en el parque de Alceda

Y llega el día de la salida. A las nueve de la mañana salgo de casa y le pido a Paula que me haga una foto en la bici, cuando empieza a llover intensamente, como una especie de premonición de lo que en ese momento desconocía. Me da pereza salir con ese diluvio así, en frío, por lo que llamo a Fernando que me esperaba ya en su portal y aplazamos un poco la salida. A las 11:40 para de llover y decido salir. El plan para el primer día era atravesar la cordillera cantábrica, y Fernando piensa que era ya demasiado tarde para él, y que prefiere hacer la primera etapa en coche. Habíamos acordado de antemano que cada uno seguiría su ritmo y que haría sólo lo que sus fuerzas le permitiesen, por lo que me pareció estupendo.

Salgo por tanto de casa dispuesto a llegar hasta Santiago, con un gran sentimiento de esperanza. Cuento cada kilómetro que recorro, hasta que llevo unos 10. Tengo miedo de los camiones que pasan demasiado cerca. Semáforos y atascos son la norma hasta llegar a los límites de la ciudad, marcados por un cinturón de centros comerciales, como antaño lo eran las murallas defensivas. Siento gran alivio al llegar a la vía verde en Astillero. Pienso que no habrá más ciudad hasta León.

Me marco a mí mismo etapas de 20 kilómetros, para descansar al final de cada una. En Sarón se cumple la primera y la segunda en Puente Viesgo. Allí he quedado con mi hermana Berna y su familia, y como un bocadillo con ellos. Es agradable ver caras familiares que me transmiten su grito silencioso de ánimo. Hacia las tres de la tarde llego al cruce de San Pedro del Romeral e inicio de la subida a la cordillera mientras comienza a llover. Siento ansiedad por saber si seré capaz de subir con todo el peso del equipaje. Poco a poco, mientras pedaleo, la confianza se abre paso al ver que las piernas y los pulmones pueden con esas pendientes. El altímetro del GPS me va marcando el ascenso: 300, 400, 500 metros. Hago una parada para tomar aliento y me quito el chubasquero porque da mucho calor. A los 650 metros llega Fernando que ha decidido hacer de coche de apoyo durante la tarde. Le paso el equipaje y ahora parece que la bici vuela por las pendientes. Sigue lloviendo, ahora muy fuerte, y comienza a hacer frío.

Cordillera El puerto de la Magdalena marca el paso de la cordillera envuelto en densa niebla

Al llegar a San Pedro del Romeral, a 700 metros de altura, hago una parada para comer y tomar algo caliente. Después comienza el sufrimiento, ya que la subida continúa con niebla muy densa, lluvia, mucho viento, y frío: trece grados. No llevo ropa de abrigo pues el equipaje se pensó para el calor. Al llegar arriba, ya a 1000 metros, no me apetece parar. No hay vista que admirar. Tan sólo niebla. Era el inicio de lo que luego llamé la "maldición de los puertos". Lo que apetece es irse de allí cuanto antes, por lo que el descenso es tan rápido como lo permite la niebla. Llego así a Corconte, a las orillas del pantano del Ebro, donde hago una parada. ´

Llevo ya 85 kilómetros y estoy muy cansado y agarrotado por el frío. Fernando me convence para seguir, pues sólo quedan 22 kilómetros hasta Reinosa, donde nos esperan los suegros de Fernando, Tomás y Aurora. Es la peor parte de la etapa. Hay viento en contra muy fuerte. Cada pedalada es un dolor en el muslo. Alterno el pedaleo con estiramientos para calmar el dolor. Cuento los kilómetros que faltan de cinco en cinco. Luego de uno en uno. Por fin, la cara sonriente de Tomás me indica que la etapa ha finalizado. Han sido 108 kilómetros.

Mientras me pego una ducha caliente me entra la risa. Debe ser la euforia de las endorfinas que genera el organismo ante situaciones de cansancio o dolor. Luego, la cena agradable y la conversación mejor van consiguiendo el descanso que se culmina con el sueño reparador. Antes de dormirme me pregunto si al día siguiente podré pedalear.


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