El Camino de Santiago en Bicicleta
Segundo Viaje

Día primero: El paso de los Pirineos

Michael La subida al Col de Bentartea es principalmente por fuertes rampas asfaltadas. Hay niebla y llueve débilmente.

Esa noche pude descansar bastante, a pesar de que las sucesivas tormentas que llegaron me despertaban de vez en cuando con el estruendo de los truenos de rayos que caían muy cerca, y con el fuerte sonido de los aguaceros descargando sobre la lona de la tienda.

Hacia la mañana cesaron las tormentas pero al despertarme compruebo que cae una lluvia fina, lo que en mi tierra llamamos “calabobos”. Tengo que recoger la tienda empapada y después de proteger el equipaje de la lluvia con bolsas de plástico salgo del camping.

Encuentro a la salida del pueblo un mercado y compro pan y chorizo para desayunar. Preparo un bocadillo sentado bajo los arcos de la muralla que antaño protegía la ciudad, y que ahora me cubre a mi de la lluvia.

Michael La niebla impide la visión. A medida que avanzo, surgen peregrinos de entre la niebla, a los que deseo “buen Camino”

Sobre las 8:45 me pongo finalmente en marcha para cruzar los Pirineos. Además de lloviznar hay una niebla muy densa que durará hasta Roncesvalles. Deben ser bonitos los Pirineos, pero en la mayor parte del trayecto sólo veo unos pocos metros de carretera. A menudo emergen uno o dos peregrinos de entre la niebla y los adelanto con un saludo de ánimo. Las pendientes no son uniformes y se suceden fuertes rampas con zonas más cómodas. En un par de ocasiones tengo que echar pie a tierra.

Michael Entre el Col de Bentartea y el Collado de Loepeder la subida es un camino entre árboles.

Me marco etapas intermedias para dosificar la larga subida. A los 800 metros de altitud llego a la mitad del ascenso. Supero otro hito al llegar a los 1100 metros, que son las tres cuartas partes de la subida. Sin vistas que admirar, la subida se me hace rápida y casi sin darme cuenta llego al Col de Bentartea a 1300 metros. Y unos kilómetros después llega el Collado de Loepeder, techo de este viaje a 1430 metros de altitud, y ya situado en Navarra.

Michael Mi bicicleta el lo alto del Collado de Loepeder, techo de este viaje. El indicador señala la bajada hacia Roncesvalles.

La bajada, con fuertes rampas y muy pedregosa, niebla cerrada y frío, me lleva rápidamente a Roncesvalles. A pesar de encontrar muchísimos peregrinos, casi todos extranjeros, me ha extrañado no encontrarme con ningún otro ciclista. He visto familias con niños pequeños subiendo entusiasmados a los puertos, con su mochila a la espalda. He visto parejas de jubilados, hombres y mujeres solos, grupos de mujeres de edad madura, en fin, todo tipo de personas embarcadas en la aventura de recorrer durante días y días los kilómetros que nos separan de Santiago de Compostela.

Michael La bajada es un camino pedregoso en el que hay que ir muy atento para no caerse.

Roncesvalles me sorprende pues pensaba que era un pueblo grande, pero en realidad es muy pequeño, prácticamente solo la colegiata, eso sí, con mucha historia jacobea.

Michael La entrada a la Iglesia de Santiago, gótica del siglo XIII, en Roncesvalles.

La bajada de Roncesvalles hacia el valle es una de las partes más bellas del Camino, pasando por pueblos con casas de arquitectura de montaña con tejados muy inclinados para no acumular la nieve, y entre ellos pedaleando entre tupidos bosques en los que el Camino es como un túnel verde. No todo es bajada, pues es preciso superar los altos de Mezquiritz y de Erro.

Michael La subida al alto de Erro se realiza, al igual que la bajada al valle, por un hermoso pasillo vegetal.

Paro en Zubiri a tomar un bocadillo y charlo un rato con una peregrina enferma de esclerosis múltiple que hace el Camino en silla de ruedas. Había salido hacía nueve meses desde Roma, y espera llegar a Santiago para Navidad. Su compañero, valenciano, se encarga de empujar la silla por el Camino. Me dice que está agotada, y casi se le saltan las lágrimas al contarme su increíble hazaña. Me dice que no hace el Camino para pedir por sí misma, pues lo suyo es incurable, sino por otros.

Michael El pueblo de Espinal, lineal, con sus casas de arquitectura montañesa.

Me despido de los dos y sigo el camino ahora ya con el calor que espero y temo para los próximos días. Al llegar a las inmediaciones de Pamplona, me encuentro los albergues cerrados por estar ya sólo a tres días del chupinazo de los Sanfermines, por lo que me dirijo a un hotel de Burlada a buscar la ducha y el descanso que necesito después de esta etapa de 66 km y muchos metros de desnivel acumulado.
Michael La llegada a Burlada, en el cinturón urbano de Pamplona, se hace cruzando el río Ulzama.

Extiendo por la habitación la tienda de campaña para que se seque y repaso lo vivido en esta primera etapa. El paso de los Pirineos me ha resultado más fácil de lo esperado, y no me encuentro tan cansado como al final de la primera etapa del viaje anterior, tras cruzar la Cordillera Cantábrica. Parece que las palizas que me dan Pedro y Javier subiéndome casi a remolque por esos bellos montes de Cantabria han dado sus frutos.

La jornada acaba con un menú del día de excelente cordero al chilindrón, y la conversación telefónica con Paula y Ana, y más tarde con Miguel, que me dan ánimos para mañana. Ya de vuelta en el hotel preparo el equipaje, leo los datos de la etapa de mañana, preparo los puntos de paso en el GPS y me dispongo a dormir mientras repaso los momentos vividos en la etapa, entre los que destaca el bello descenso desde Roncesvalles al valle a través de un largo pasillo vegetal.

Anterior
Página principal
Siguiente
Anterior Inicio Siguiente