Ya en casa, después de abrazar a los míos con gran emoción y de contar las anécdotas del viaje a unos y a otros, me queda un momento para recapitular sobre lo aprendido en este viaje. Ha sido precisamente al contar mis experiencias cuando finalmente he comprendido lo que para mí es el espíritu del peregrino. Tiene que ver con la capacidad de superación ante un reto difícil, pero es más que eso. Esa capacidad de superación se nutre y acrecienta al ver a tantos otros, cientos, miles, que persiguen la misma meta, y avanzan contigo sufriendo las mismas penalidades. Esa fuerza de todos los peregrinos de ahora y siempre se une a la tuya para ayudarte superar los obstáculos. De otra manera no tendríamos suficiente fuerza mental para salvarlos. Es la misma fuerza que impulsa a la humanidad, construida con el esfuerzo individual de millones de personas, pero acrecentado y contagiado por todas aquellas personas, peregrinos o no, que comparten ese espíritu de superación.
Eso es lo que he aprendido del Camino. Ahora
ya sé por qué quería ir a Santiago.
El
kilómetro cero del Camino, en medio de la Plaza del Obradoiro |
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