2015

fotoalberto Dr. Alberto González Díez
Dpto. Ciencias de la Tierra y Físca de la Materia Condensada
Universidad de Cantabria


Estos contenidos están protegidos © Alberto González Díez. Febrero 2005
Muchos de los contenidos aquí presentados se están actualizando de González Díez, A., Remondo, J., Cendrero, A.  (2005). “Consideraciones sobre la relación entre movimientos de ladera y el Clima". En: J. Corominas; E. Alonso, M. Romana, M. Hürliman (Eds.). VI Simposio Nacional sobre Taludes y Laderas Inestables. UPC Valencia. 3: 1103-1130.

Relaciones deslizamientos - clima

 

1. INTRODUCCIÓN

Una de las ideas más profundamente arraigadas en el pensamiento científico es que los movimientos de ladera, también llamados deslizamientos de ladera, procesos de inestabilidad de ladera, movimientos en masa, deslizamientos (s.l.) o argayos (en Vizcaya, Cantabria y Asturias), que son fenómenos controlados por la acción de la gravedad, tienen una estrecha relación causa-efecto con el clima. Sin embargo, hay ocasiones en las que esta relación no es evidente; ni existe relación con el clima, ni con cualquier otro de los factores que se consideran desencadenantes; ocurriendo sin una razón aparente en cuanto a su causalidad. Excluyendo esta situación, este trabajo centra su enfoque en aquellos movimientos que si tienen relación con el clima. Cabe señalar que se ha avanzado notablemente en el conocimiento de las relaciones entre movimientos de ladera y el clima. Relaciones que han sido recientemente presentadas y discutidas, en una serie de trabajos científicos y que Corominas (2000) detalla, en cuatro puntos:

  1. La investigación de umbrales de precipitación que permitan una predicción a corto plazo y una mejora de los sistemas de alerta.
  2. El establecimiento de la actividad de deslizamientos en el pasado y la determinación de su frecuencia, que sirve para determinar su probabilidad temporal, y los modelos de amenaza ante estos fenómenos.
  3. La predicción de las respuestas de deslizamientos frente a las fluctuaciones climáticas. En áreas de montaña los grandes deslizamientos dormidos han llegado a ser una amenaza para la población e infraestructuras. El análisis de su actividad pasada y reciente arroja luz para predecir su comportamiento en el futuro.
  4. Contrastar la fiabilidad del uso de deslizamientos como geoindicadores de cambio de las condiciones climáticas. Cambios en el patrón de la actividad de deslizamientos se pueden interpretar como cambios en las condiciones hidrológicas de las laderas, que en último caso están controladas por el clima.

Estos cuatro puntos se pueden resumir en dos grandes líneas. Una dirigida al estudio de la influencia de factores ambientales como son la precipitación, temperatura, vegetación, tipo de movimiento, modelo hidrológico, etc., en el desencadenamiento de movimientos de ladera en las condiciones climáticas presentes. La otra línea, se encamina hacia extraer conclusiones sobre el papel de los movimientos de ladera en la evolución del relieve, y cómo este conocimiento permite mejorar los pronósticos de amenaza y del papel de los argayos como indicadores climáticos pasados.

Históricamente, los estudios para el análisis de las relaciones entre el clima y los movimientos de ladera se han orientado hacia el análisis de la frecuencia, extensión o intensidad de los deslizamientos ocasionados por factores climáticos. Las aplicaciones de este tipo de estudios se han dirigido hacia: a) la identificación de zonas con distintos niveles de susceptibilidad en relación con estos procesos, para la realización de mapas de amenazas o de peligrosidad que sirvieran como instrumentos preventivos para la mitigación de riesgos (Cotecchia, 1978; Brabb, 1984; Flageollet, 1984; Varnes, 1984; Cendrero et al., 1987a, 1987b, 1987c; Hartlen y Viberg, 1988; Duque et al., 1990 y González et al., 1992); b) los encaminados al estudio detallado de movimientos específicos, a través de la determinación de sus características físico-químicas y geotécnicas, con el fin de mejorar el conocimiento sobre el tipo de procesos que se desarrollan en ellos y los factores que los determinan y, en último término, elaborar modelos analíticos sobre los mismos (Lambe y Whitman, 1969; Chowdury, 1978, 1984; Hoek and Bray, 1981; Grahan, 1984; Bromhead, 1986 y Anderson y Richards, 1987). Los estudios de evolución del relieve y los encaminados al diseño de sistemas de alerta que prevengan su ocurrencia, están fuertemente ligados al primer grupo. Mientras que el establecimiento de modelos hidrológicos que muestren las relaciones entre actividad y deslizamiento corresponden al segundo grupo.

La idea de los autores que han participado en este trabajo no es la de hacer una revisión exhaustiva del estado del conocimiento de este ámbito científico. Una revisión así requeriría un contexto más amplio y meditado que el planteado en el presente trabajo. Por el contrario, se pretende hacer una reflexión sobre el papel de dichos factores ambientales en la inestabilidad de laderas tanto en las condiciones climáticas presentes como pasadas.

2. RELACIONES ENTRE MOVIMIENTOS DE LADERA Y CLIMA EN EL PRESENTE

Los movimientos de ladera afectan a casi todo tipo de áreas geográficas, con condiciones climáticas muy diferentes, y constituyen un importante mecanismo de denudación y evolución del relieve; además, el desarrollo de este tipo de procesos se ve fuertemente influenciado por factores de tipo climático, con lo que es de esperar que los cambios en el clima se reflejen en la frecuencia, extensión o intensidad de los deslizamientos.

Un desencadenante es un estímulo externo que causa modificaciones en la geometría de la ladera, casi de forma inmediata, debido a un rápido incremento de las tensiones o por una reducción de la resistencia del material de la ladera (Wieczorek, 1996). Según Palmquist y Bible (1980), tres son los factores desencadenantes que actúan principalmente en el desarrollo de movimientos en masa: el clima, los terremotos y el tectonismo. No obstante, existen otros factores desencadenantes de menor incidencia, como por ejemplo: las actividades humanas, incluyendo los cambios de uso del suelo, así como la relajación litostática (Ancochea et al., 1990, 1994; Fúster et al., 1993; Cendrero y Dramis, 1995, González, 1995).

Las referencias existentes en la literatura científica en relación con el clima como factor desencadenante de deslizamientos, hacen pensar que, si bien es cierto de que existen otros factores desencadenantes, el clima juega un papel relevante. Este papel ha quedado manifestado desde los comienzos del estudio de estos procesos. Desde principios del siglo 20 se han llevado a cabo clasificaciones de movimientos de ladera considerando a este factor como uno de los responsables de la génesis de las diferentes tipologías de movimientos (Sharpe, 1938, Hutchinson, 1968; Hutchinson y Bhandari, 1971).

Por otra parte, desde el punto de vista del análisis de la inestabilidad de laderas, el clima constituye un factor determinante, contribuyendo para que se den las condiciones inestables (factor condicionante) como participando en el estímulo que desencadena la ruptura (factor desencadenante). De todos los parámetros climáticos, los que más participan en la inestabilidad son tanto la precipitación y fusión de nieve como la temperatura, aunque es la lluvia la que más interviene en términos porcentuales. Ambos parámetros participan en la génesis del proceso no sólo condicionando su distribución espacial, sino también desencadenando el movimiento.

2.1. El papel de la lluvia, la fusión de nieve, el agua subterránea y el aumento del caudal en los cursos fluviales adyacentes, en la inestabilidad de laderas

2.1.1. La lluvia

La lluvia actúa típicamente, en la inestabilidad de laderas, aportando agua al sistema, lo que conlleva, principalmente, la saturación del material situado en la ladera. Esta saturación conduce a cambios en las tensiones internas del material, debidas a incrementos de la presión de agua en los poros del mismo. Los incrementos de las presiones intersticiales modifican las tensiones efectivas desencadenando un descenso en el valor del esfuerzo precisado para producir la ruptura en el material. Cabe señalar que los incrementos de la presión de poros no están ligados exclusivamente, a aumentos en la saturación de agua; también pueden deberse a incrementos de las sacudidas sísmicas (Radbruch-Hall y Varnes, 1978; Solonenko, 1972).

2.1.2. La fusión de nieve

En regiones de alta montaña, los episodios de fusione de nieve o hielo glaciar de manera aislada o en combinación con la temperatura y precipitación pueden desencadenar deslizamientos del tipo flujo de derrubios, (Sidle y Swanston, 1982; Eisblacher y Clague, 1984; Sandersen et al., 1996; Jacob et al. 1997; Jacob y Weatherly, 2003). Muchos de los flujos de derrubios que se desarrollaron en los Alpes Suizos por lluvias intensas, en 1987, tuvieron su inicio en áreas ocupadas por permafrost y el hielo que se derritieron favoreciendo la inestabilidad (Zimmermann y Haeberli, 1992).

2.1.3. Relaciones entre el flujo de agua dentro del deslizamiento y la ruptura

La presencia de agua infiltrada en los materiales de una ladera incrementa la presión en los poros del mismo, rebajando las tensiones efectivas y propiciando que éste rebase su límite de resistencia y rompa.

El agua infiltrada proviene principalmente de las precipitaciones, del deshielo y de la escorrentía superficial y subterránea. La relación entre la cantidad de agua que se infiltra en el material y el flujo de agua que drena controla los cambios en la presión del agua en los poros. Así, cuando el agua infiltrada aumenta, la presión en los poros de los materiales que conforman la ladera se eleva hasta un nivel crítico en el que tiene lugar la rotura. La tasa de infiltración está influenciada por la pendiente de la superficie de la ladera, la cobertera vegetal y por la permeabilidad de los materiales. El aumento de la presión del agua puede producirse de forma rápida, si la conductividad hidráulica de los materiales y las condiciones de la ladera son favorables, mientras que en las laderas con buen drenaje es necesario el aporte de un gran caudal de agua para que aumente la saturación.

En materiales poco permeables la entrada y salida de agua es lenta. En tales casos, será más fácil que suceda una rotura si dichos materiales están en un estado de presaturación. Este estado puede alcanzarse durante un lapso de tiempo variable, anterior a la ocurrencia del movimiento (por ejemplo a partir de precipitación antecedente). El estado presaturado reduce la succión del suelo y predispone al incremento de la presión hídrica en los poros, que aumentaría fácilmente con un pequeño aporte de agua adicional (Sandersen et al., 1996; Wieczorek, 1987). Cuando en el balance hídrico de los materiales el agua acumulada antecedente es un factor relevante, deberá tenerse en cuenta la evapotranspiración en dicho balance. Por otra parte, en suelos arcillosos pueden alcanzarse sobrepresiones cuando existen vías de agua preferenciales (bioturbación animal o vegetal, tubificaciones o grietas) que facilitan la concentración de agua subterránea con la consiguiente elevación de la presión de agua en los poros (Corominas y Alonso 1990).

Debido a que los materiales de grano fino drenan lentamente, la reactivación de un deslizamiento ocurre normalmente como respuesta al incremento de la presión de agua causada por flujo de agua acumulado con anterioridad. Desde este punto de vista, el agua acumulada para producir un movimiento grande debería ser mayor que para uno pequeño.

La presencia de agua en las grietas y fisuras de macizos rocosos puede elevar la presión desestabilizando la roca. Sin embargo, a medida que el movimiento progresa la presión se disipa rápidamente, interrumpiéndose el proceso. Por otro lado, la presencia de agua en combinación con condiciones cíclicas de congelación-fusión debilitan las rocas creando y ampliando fisuras y favoreciendo la inestabilidad. En los macizos rocosos, el flujo de agua sigue caminos complejos, condicionados por la estructura, y las grietas se abren o se cierran a consecuencia de la distorsión de la masa de roca causando cambios significativos en la presión intersticial. Así, si no se tiene en cuenta las condiciones geológicas que favorecen la rápida concentración de agua subterránea no se podrían explicar las reactivaciones de algunos movimientos de grandes dimensiones (Corominas y Alonso, 1990).

Obviamente, en los movimientos en masa de plano de ruptura profundo el comportamiento del agua tiende a ser mucho más complejo. Una vez iniciado el movimiento, puede seguir moviéndose lentamente durante meses o años (Hutchinson and Bandhari, 1971) si las presiones no se liberan fácilmente. Las variaciones en la presión de agua pueden contrarrestarse por la presencia de surgencias a través de grietas abiertas (Savage & Fleming, 1996).

De acuerdo con lo anterior, el agua es con frecuencia la causa principal del desencadenamiento de deslizamientos y flujos superficiales, de la actividad de movimientos de plano de ruptura intermedio, de la reactivación de deslizamientos dormidos y de la aceleración de movimientos activos. Por último, decir que la presencia y circulación de agua en los materiales es responsable en gran medida de la meteorización de los mismos, produciendo su debilitamiento y facilitando así la rotura.

2.1.4. Aumentos en el caudal en los cursos fluviales adyacentes al movimiento

Otro efecto derivado de la entrada de agua en el sistema es la modificación o destrucción de la composición mineral del sedimento, que implican cambios en la estructura mineralógica e incrementos de la plasticidad del material o reducciones de los límites de fluidificación de éste. Así, por ejemplo, en materiales pertenecientes a las Facies Keuper (arcillitas, limonitas, yesos, sales de sodio, etc.), situados en la Cordillera Cantábrica, el agua que circula por el material puede disolver la estructura mineralógica del mismo, como si fuera un azucarcillo, efecto que se puede llegar a producir durante una tormenta o un periodo de lluvias, dando lugar a tubificaciones, colapsos o subsidencias, causadas por desmoronamientos del material (Gutiérrez, 1996; Benito et al., 1998; Gutiérrez y Cooper, 2002). Otro ejemplo, se da en las formaciones arcillosas que incorporan agua en su estructura mineral,  transformándose y disminuyendo sus límites líquidos y plásticos. En este caso es importante analizar la mecánica de las arcillas implicadas (Tsige, 2003).

Por otro lado, la lluvia actúa aumentando el caudal de los cursos de agua durante tormentas, lo que conlleva a un incremento de la erosión fluvial en las márgenes de las laderas de los valles, como puede verse en el Pirineo Oriental (Corominas y Alonso, 1999). El tipo y configuración geomorfológica de las cuencas fluviales juega un papel importante en el efecto de socavación que realizan los cursos fluviales. Así, en valles estrechos, las laderas inestables son continuamente removilizadas por la acción erosiva del canal fluvial; mientras que en valles amplios, los depósitos de ladera, potencialmente deslizables, permanecen protegidos de la acción erosiva fluvial por las terrazas y las amplias llanuras de inundación (Palmquist y Bible,1980).

2.2. El papel de la temperatura en la inestabilidad

La temperatura es también responsable de la génesis de estos procesos aunque en menor medida. La temperatura actúa también como un factor condicionante y/o desencadenante del proceso. La fusión (ya comentada) del permafrost o de la nieve por efecto térmico, produce un incremento en la saturación del material y un aumento de su inestabilidad, al igual que ocurre con la precipitación. Los cambios cíclicos de temperatura, en áreas de alta montaña, tanto en invierno como en verano (crioclastia y termoclastia), pero especialmente ligados a ciclos hielo-deshielo cerca de la primavera y principios del invierno, propician la fatiga de los materiales y su ruptura, dando lugar a diferentes tipologías de movimientos de ladera, especialmente las caídas o desprendimientos (Rapp, 1960, Luckman, 1976; Sandersen et al. 1996; Matsuoka & Sakai, 1999). En el pasado se ha relacionado su ocurrencia justo con las postrimerías de las fases glaciares (Rapp, 1960, Gardner, 1980), justo con el funcionamiento de crioclástia (Grove, 1972, Wieczoreck y Jäger, 1996). En áreas de alta montaña en donde el permafrost está presente, se han identificado movimientos relacionados con fusiones del permafrost (Jackson et al., 1989).

2.3. El papel de la vegetación en la inestabilidad

Otra variable ambiental que depende en gran mediada de los parámetros climáticos señalados, y que incide en la inestabilidad de laderas es la vegetación. La vegetación puede actuar directamente en la inestabilidad (a través de raíces, etc.), pero también de manera indirecta reduciendo al cobertera vegetal. Este último aspecto está intimamente ligado al clima. Schumm (1965) analizó la relación existente entre temperatura, precipitación eficaz y cantidad de sedimento producido por la precipitación; asimismo la temperatura y precipitación con la concentración de sedimento aportado por las lluvias. En las gráficas elaboradas por este autor se pone de manifiesto de forma empírica que incrementos paralelos de precipitación y temperatura no conllevan necesariamente, cambios sustantivos en las laderas, ya que al mantenerse la cobertera vegetal ésta protege al suelo de la erosión (en sentido amplio, incluyendo la producida por procesos de ladera). Los incrementos de la precipitación con condiciones estables de temperatura generan gran cantidad de sedimento transportado a las zonas deprimidas del valle, al existir un mayor lavado de material en la ladera que no se puede sujetar por la vegetación, entre otras cosas, porque las plantas no pueden absorber el exceso de agua que cae; de manera que este aumento repercute en el incremento del caudal de los cursos de agua y en el nivel de los acuíferos y por consiguiente, en la presión de poros del material del sustrato.

Las relaciones encontradas por Schumm (1965) son coherentes con trabajos precedentes llevados a cabo por otros autores como Langbein et al. (1949) y Noble (1963). Langbein et al. (1949) muestra las relaciones existentes entre temperatura, precipitación y escorrentía superficial. Si bien, un aumento de la precipitación implica un aumento de la escorrentía superficial, este aumento no es tan evidente cuando aumenta la temperatura. Por otra parte, un aumento de la temperatura hasta condiciones cálidas con gran humedad hace que la cobertera vegetal se desarrolle en mayor medida, reteniendo gran cantidad de agua de lluvia y disminuyendo la escorrentía superficial. Noble (1963) analizó la relación entre la densidad de cobertera vegetal expresada en tantos por ciento y la tasa de erosión que cabe esperar con esa cobertera, por la acción de una tormenta. En dicha relación se aprecia como a medida que la cobertera vegetal disminuye, la tasa de erosión producida por las tormentas aumenta de forma exponencial. Las laderas con coberteras bien desarrolladas y densas son poco susceptibles a la pérdida de materiales, ya que están protegidas por el efecto de retención de las plantas.

Tomando en consideración los datos anteriores Knox (1972) estudió la respuesta geomorfológica y de la vegetación ante los cambios climáticos, proponiendo un modelo en el cual se identifica el óptimo erosivo producido por los cambios climáticos sobre el relieve; que se desarrolla cuando se evoluciona desde condiciones con poca vegetación y pluviometría a unas condiciones de aumento de la pluviometría. En la literatura existen algunos ejemplos de cómo cambios en la vegetación ha producido aumentos en las tasas de producción de movimientos de ladera (Lamarche, 1968, De Graff, 1991, González, et al, 1996, 1999; Strunk, 1997, Vanacker et al., 2003).

2.4. La influencia del clima en el tipo de movimiento

Las precipitaciones o las fusiones de la nieve acumulada pueden ocasionar tanto movimientos superficiales como profundos.

2.4.1. Movimientos superficiales

Se han encontrado relaciones muy estrechas entre lluvias intensas y el desarrollo de movimientos superficiales como son “debris flows”, “mud flows”, “Slab slides”, “rock falls” (Rat, 1984; Gallart y Cloret, 1988; Zimmerman y Haeberli, 1992, Deganutti et al., 2000) todos ellos de pequeño espesor (< de 1 m). Para estos movimientos basta unas lluvias intensan para ocasionar movimientos sin lluvia precedente. Como las que ocurrieron en la Cordillera Cantábrica en 1983 y 1994. Otras veces no responden de la misma manera, así en junio de 2003 se produjo una tormenta que conllevó precipitaciones con intensidades supriores a los 300 mm/h y que no dejo evidencias  de haber causado deslizamientos.

Los movimientos superficiales “shallow landslides” como por ejemplo los deslizamientos translacionales superficiales “slip soils” (desarrollados sobre depósitos superficiales que poseen espesores típicos por debajo de los 3 m; en laderas con pendientes fuertes y con materiales que poseen un límite liquido bajo), tienen una enorme capacidad de saturarse de agua durante tormentas intensas y prolongadas, lo que conlleva el desencadenamiento del proceso. El movimiento se inicia durante la lluvia o instantes después, por lo que hay una buena relación causa-efecto entre lluvias y argayos (Campbell, 1975). Para movimientos de mayor  espesor (entre 3-10 m) se requiere de un periodo de lluvias antecedentes prolongado (de 2 a 5 semanas), y una saturación de los acuíferos, para que se ponga en funcionamiento.

Más incertidumbre en la relación clima-lluvia aportan los movimientos de gran espesor (> 10 m), como algunos flujos de derrubios en los que el espesor del depósito superficial es mayor, y que normalmente corresponden a materiales de baja permeabilidad, lo que dificulta su saturación. En este tipo de tipologías se necesita de periodos significativos de lluvia antecedente (Sandersen et a., 1996, Wieczorek, 1987). La lluvia antecedente actúa incrementando la saturación del material. Si no se producen descargas de agua, el material se mantiene cerca de la saturación, lo que significa una reducción de la succión de infiltración. Esto trae como consecuencia que la cantidad de agua necesaria para saturar el material disminuye, y por lo tanto, la cantidad de lluvia necesaria para iniciar la actividad del movimiento es menor, o lo que es lo mismo, cualquier tormenta con menor intensidad que las precedentes puede desencadenar la ruptura.

2.4.2. Movimientos profundos

La relación lluvias o fusión de nieve con deslizamientos se hace aún menos patente en los movimientos de ladera que tienen un plano de ruptura profundo de tipo rotacional “deep-seated rotacional landslides”. Estos requieren para su movimiento una infiltración del agua de lluvia dentro del material, hacia zonas profundas, que se traduce en retrasos importantes entre el momento de producirse el aguacero y el momento en que inicia el movimiento del argayo Campbell (1975).

Los estudios actuales llevados a cabo sobre deslizamientos profundos no permiten establecer relaciones directas claras entre estos procesos y episodios de lluvias intensas; más bien, se piensa que están debidos a factores desencadenantes de tipo sísmico o a la colaboración entre lluvia y con otros factores desencadenantes (tectónicos, climáticos-epirogénicos-tectónicos, socavamiento basal), como muestran los trabajos de Voight (1978), Eisbacher y Clague (1984), Sassa (1999). Estudios llevados a cabo en los Alpes Franceses muestran que la correlación entre movimiento y lluvia es difícil de establecer (Rat, 1988; Follacci, 1999). Por lo tanto, tampoco se pueden asegurar que las lluvias intensas hayan ocasionado su génesis en el pasado, lo que dificultaría su correlación con modelos climáticos. En otros trabajos realizados en Suiza se ha puesto de manifiesto que un incremento de la precipitación a escala de décadas debe tenerse en cuenta en la reactivación de grandes deslizamientos (Noverraz et al., 1998). Sin embargo, ni tormentas, ni lluvias estacionales, ni la precipitación anual, explican la aceleración de los movimientos profundos (Flageollet et al., 1999). Se necesitan grandes periodos de lluvia antecedente para establecer dichas correlaciones (Van Asch et al., 1999). En otras ocasiones existen ejemplos de movimientos profundos activados por lluvias intensas, pero en este caso, los incrementos de agua necesarios para su movimiento son aportados por acuíferos cársticos adyacentes, que aportan importantes volúmenes de agua de manera inmediata (Corominas y Alonso, 1990). Esta situación se da también en movimientos de menor espesor, como los desarrollados sobre materiales de las Facies del Keuper en Cantabria, donde los acuíferos jurásicos situados encima les aportan (una vez están saturados) grandes volúmenes de agua a través de tubificaciones producidas en las arcillas del Keuper.

En la mayoría de las grandes avalanchas de roca prehistóricas que han sido recientemente datadas se acepta la idea de que se han producidas por terremotos (Perrin y Hancox, 1991). En la Cordillera Cantábrica (González 1995 y González et al., 1999) identificaron un grupo de movimientos de ladera, en los que aparece un número significativo de deslizamientos con plano de ruptura profundo de tipo rotacional y translacional. Estos deslizamientos están distribuidos en proximidad a las principales fallas o sistemas de fracturas, algunas de las cuales manifiestan sismicidad y liberación de radón 222 en la actualidad. La contribución de dichos movimientos a la evolución del relieve es notablemente mayor que la aportada por el resto de tipologías correspondientes a la misma edad. Aunque en ese momento pudieron aparecer juntos factores desencadenantes climáticos y antrópicos parece claro que, por su distribución espacial y geomorfológica, fueron los factores sísmicos los que ocasionaron el desarrollo de estos movimientos.

Los deslizamientos de tamaño intermedio, tanto transnacionales como rotacionales y que afectan a litologías limosas-arcillosas, poseen una mejor relación con el la precipitación, aunque si bien es la lluvia antecedente la que juega un papel principal. En el contexto señalado anteriormente, se producen drenajes muy lentos y las rupturas se ocasionan por incrementos de la presión de agua en los poros causadas por lluvias acumuladas; cuyo periodo de acumulación puede oscilar entre pocas semanas y varios meses (Brunsden, 1984; Polemio y Sdao, 1997). Existen relaciones directas entre la influencia de la lluvia acumulada y el tamaño del argayo. Hay estudios en los que se ha puesto de manifiesto que la lluvia antecedente puede haberse concentrado durante un año antes, atendiendo a la precipitación media anual (Bromhead et al., 1998). En otros estudios se ha observado como los movimientos siguen activos incluso durante periodos de meses o años sin relación directa con lluvias (Hutchinson y Bandhari, 1971), o incluso centenares de años, como en el caso de ciertos “earth flows” (Savage et al., 1992).

2.5. Umbrales de precipitación.nuevo

3. EL PAPEL JUGADO POR EL CLIMA DEL PASADO EN EL DESENCADENAMIENTO DE MOVIMIENTOS DE LADERA A TRAVÉS DE EN LA EVOLUCIÓN DEL RELIEVE.

La principal expresión geomorfológica de la evolución del relieve es la transferencia de masa desde las zonas de denudación a las áreas de sedimentación. La denudación es la consecuencia de la actuación de una serie de agentes erosivos, entre ellos los movimientos en masa. Los argayos no sólo producen la denudación y transporte de masa, sino que modifican la roca del sustrato y los depósitos superficiales, haciéndolos más fácilmente erosionables por parte de otros agentes. Por tanto, los movimientos de ladera son un factor importante en el modelado y evolución del paisaje, tanto desde un punto de vista general como desde el punto de vista específico de la creación de formas y depósitos que constituyen elementos del paisaje cuantitativa y cualitativamente significativos.

Dado que los argayos están, en parte, genéticamente ligados a fenómenos climáticos, y que el relieve está esculpido por procesos de ladera, se puede buscar en el relieve información sobre el clima pasado. 

En primera aproximación, un método para establecer el papel jugado por el clima como agente causal de deslizamientos, y por lo tanto, en la evolución del relieve, es el establecimiento de correlaciones entre la ocurrencia temporal y las condiciones climáticas. Es evidente que para poder llevar a cabo dicha actividad se debe contar, para la misma área geográfica, con modelos climáticos de detalle y poblaciones de movimientos de ladera, convenientemente datadas. Sin embargo, no es nada fácil disponer de poblaciones de deslizamientos que tengan un número importante de individuos datados y que sus edades correspondan a una ventana de tiempo amplia, lo que supone una limitación a la hora de tratar estadísticamente tales correlaciones.

3.1. La huella geomorfológica de los deslizamientos en el relieve

La distribución espacial de los deslizamientos pasados en el relieve (huella geomorfológica) no es aleatoria, sino que sigue unos determinados patrones. Cada uno de los tres factores desencadenantes principales (lluvias, sismicidad y socavamiento basal del cauce adyacente) presenta una distribución espacial determinada, una huella propia en el relieve. Los deslizamientos ocasionados por factores climáticos dejan una huella muy patente que permite su identificación Palquist y Bible, 1980; González, 1995), éstos aparecen distribuidos por toda la cuenca, pero especialmente en las zonas altas de las laderas, sobre terrazas viejas y jóvenes, fondos de valle y antiguos depósitos de deslizamiento. Los movimientos causados por sismicidad presentan una distribución temporal coincidente con los períodos de máxima actividad sísmica, mientras que su distribución espacial se corresponde con una elipse cuyo eje mayor sigue la orientación de la falla que genera los terremotos (Kiefer et al., 1978; Coates, 1977). Por último, los argayos debidos a la influencia de la incisión fluvial no se producen nunca en zonas altas de las vertientes, sino que aparecen siempre en el fondo del valle, relacionados con el pie de las laderas o reactivando depósitos ya existentes.

A pesar del incremento en el conocimiento sobre los factores condicionantes de los movimientos de ladera, y del desarrollo en la obtención de modelos de distribución espacial elaborados a partir de combinaciones de dichos factores, todavía resulta una incógnita determinar el lugar preciso de la ladera en el que se desarrollará la primera aparición de un argayo. Las primeras rupturas presentan una distribución espacial muy coherente con el tipo de factor desencadenante que las ha producido. Una vez producido un deslizamiento, las condiciones geotécnicas y geométricas de la ladera, en el entorno del mismo, sufren modificaciones respecto a las iniciales favoreciendo la aparición de rupturas secundarias. Así, en los estudios de la actividad presente de movimientos de ladera se observa como las segundas rupturas, están localizadas alrededor de movimientos más antiguos, a los cuales son adyacentes. Evidentemente, las segundas rupturas presentan una distribución espacial dependiente de la dinámica de inestabilidad producida a raíz de la primera ruptura. En función de su situación frente a la primera ruptura reciben diferentes denominaciones. Sí las nuevas zonas inestables se sitúan al pie o dentro de la lengua de un material ya movilizado, se habla de deslizamiento progresivo (la superficie de la ruptura está extendiéndose en la dirección de movimiento); si la nueva zona inestable se localiza en la cabecera del movimiento se denomina deslizamiento regresivo (la superficie de la ruptura está extendiéndose en la dirección opuesto al movimiento del material); si las nuevas rupturas se sitúan en los flancos del depósito se habla de un deslizamiento agrandando (la superficie de la ruptura del deslizamiento está extendiéndose en dos o más direcciones); si el material movilizado está disminuyendo se dice que es un deslizamiento que disminuye el volumen (la inestabilidad se da dentro de la masa deslizada con anterioridad); en un deslizamiento confinado hay un escarpe pero ninguna ruptura aparece visible al pie de la masa deslizada; en un deslizamiento que se mueve, el material cambiado de sitio continúa moviendo sin ningún cambio aparente en la superficie de la ruptura ni en el volumen del material deslizado; en un deslizamiento que se ensancha la superficie de la ruptura está extendiéndose.

Los estudios de evolución del relieve, evidencian la dependencia de las rupturas secundarias de las primarias (González, 1995). Sin embargo, se deben tener cautelas sobre el papel del factor desencadenante. Por ejemplo, se encuentran movimientos progresivos que llegan al fondo del valle y que pueden ser mal interpretados, como originados por socavamiento basal. En los estudios de actividad presente es posible identificar qué áreas de las vertientes sufren socavamiento basal y pueden experimentar inestabilidad en un futuro. Sin embargo, se desconoce la magnitud de caudal tiene que transportar el río para producir el movimientos de la vertiente. En los estudios de evolución del relieve hay que analizar si el movimiento es o no una ruptura primaria para evaluar su factor desencadenante.

El estilo de actividad también juega malas pasadas a la hora de conocer qué tipo de factor desencadenó el movimiento. Muchas veces la actividad puede que sea compleja, exhibiendo, al menos dos tipos de movimientos (caídas, vuelcos, deslizamientos, extensiones y flujos) en la secuencia;  o compuesta, es decir, poseer al menos, dos tipos de movimientos simultáneamente en diferentes partes de la masa deslizada. Otras veces el movimiento es del mismo tipo que los deslizamientos cercanos, y precedentes, pero no comparte ni el material desplazado ni una superficie de la ruptura común, por lo que se denomina sucesivo; también puede ser un solo movimiento de material cambiando de sitio (movimiento único), o un deslizamiento que muestra un desarrollo repetido del mismo tipo de movimiento (deslizamiento múltiple).

3.2. El problema derivado de la datación de movimientos antiguos

Uno de los fines de la datación de los procesos es determinar cuál es su período de recurrencia, dicho de otro modo, la frecuencia con la que se repiten. Para el establecimiento de las frecuencias de desarrollo temporal de un determinado proceso es preciso datar los diferentes episodios de actividad del mismo. Estos episodios corresponden a momentos en los que el proceso esta activo. Se tiende a incluir dentro del concepto "activo", tanto aquellos procesos en los que el movimiento interno es continuo como los que presentan una paralización del movimiento en temporadas (movimientos intermitentes). En ambos casos, su dinámica puede estar condicionada por factores estacionales o no. Existe un término opuesto a "activo" para designar a los procesos que no presentan movimiento y es el término "inactivo". Dentro del término inactivo se incluyen dos conceptos: los movimientos que han cesado completamente (denominados "estabilizados") y  aquellos otros que reanudan su actividad en lapsos de tiempo del orden de 1-1.000 años (denominados aletargados o "dormant", (Flageollet, 1994)).

Existe otro término denominado "tipo de actividad" que se refiere a la modalidad de desarrollo del movimiento; esta actividad puede ser de tipo continuo, en lapsos de tiempo o haber finalizado. Dentro de los movimientos "aletargados" se distinguen dos grandes categorías: episódicos y singulares. Los movimientos singulares son aquellos que muestran reactivación de forma ocasional, mientras que los episódicos corresponden a aquellos argayos que sufren reactivaciones periódicas. En función de la frecuencia de esta reactivación se dividen en movimientos de baja, media y alta frecuencia. El concepto "período de retorno o de recurrencia" hace referencia al intervalo de tiempo entre episodios de actividad. Se ha empleado muchas veces el término reactivación para designar aquellas áreas de un argayo aletargado que presentan de nuevo movimiento.

Para algunos autores (Flageollet, 1994; Brunsden e Ibsen, 1994), los movimientos de ladera se pueden distribuir en diferentes rangos temporales tales como: actuales (menores de un año), histórico-recientes (entre 1 y 200 años), histórico-antiguos (entre 200-3.000 años), holocenos (3.000-10.000 años), pleistocenos modernos (10.000-700.000 años), pleistocenos antiguos (700.000-2.000.000 años) y precuaternarios (mayores de 2.000.000 años). Los intervalos cronológicos más frecuentemente utilizados en la mayoría de los trabajos son: recientes, históricos y antiguos. En primera aproximación, esos intervalos pueden considerarse equivalentes a <10 años, 10-1.000  años y > 1.000 años.

Varios autores han analizado los procedimientos de datación que se pueden aplicar a los procesos superficiales (Zeuner, 1952; Vita Finzi, 1969; Benedict, 1967; Thornes y Brunsden, 1977; Stuiver et al., 1993). Las técnicas que más frecuentemente se emplean en la caracterización temporal de los movimientos de ladera son: datación isotópica, dendrocronología, liquenometría, cronoestratigrafía, (Anderson y Richards, 1987, Corominas et al., 1994a). Mediante estas técnicas se puede obtener una edad absoluta o relativa del proceso. Estas técnicas se han aplicado en varios trabajos enfocados hacia el análisis de la dimensión temporal de los argayos (Starkel, 1966; Johnson, 1987; Kotarba 1988; Corominas et al., 1992; Cendrero et al., 1994; González et al., 1996, 1999). Los procedimientos de datación aplicables al desarrollo temporal de los argayos varían, como es lógico, según el lapso temporal que se considere, años-décadas, décadas-siglos y siglos-milenios o superiores.

3.2.1. Escala de años-décadas

Para los argayos recientes, que presentan un movimiento continuo o estacional, se suelen aplicar técnicas de datación basadas en medidas directas sobre el terreno, como es el uso de sensores que toman registros continuos de diversos parámetros físicos (por ejemplo: datos de velocidad de movimiento, presión de poros, humedad del suelo, etc.), sensores remotos aerotransportados que recogen imágenes periódicas, mediciones topográficas del movimiento realizadas con tacómetros o vía satélite, etc. Todos estos datos van encaminados a conocer las relaciones existentes entre variaciones en la velocidad del movimiento y cambios en los factores desencadenantes, principalmente climáticos (fluctuaciones de precipitación, temperatura, etc.). Cada método presenta sus desventajas y sus ventajas. Uno de los más usados en la literatura es el empleo de fotografías aéreas para retratar los movimientos registrados con posterioridad a una lluvia. En la actualidad, se está desarrollando un proyecto del Plan Nacional de I+D+i denominado FODISPIL, en el que se aplican técnicas fotogramétricas digitales para estudiar la evolución experimentada por deslizamientos superficiales (flujos de derrubios y deslizamientos de suelos) después de eventos lluviosos. Para ello, además de la realización de vuelos, antes y después de cada evento lluvioso (conjunto de lluvias con duración superior a 3-4 días), se registran 7 variables climáticas cada 10 minutos en estaciones climáticas automáticas. Uno de los resultados preliminares más interesantes del proyecto es que las rupturas de deslizamientos no se producen en episodios de lluvias de extrema intensidad, sino en eventos lluviosos cuya duración es de varios días. Otro resultado destacable es que el movimiento se puede producir, en cualquier momento superando un determinado nivel de saturación en el suelo. Algunos de los individuos sufren retrasos de varias decenas de horas desde que se mueven los deslizamientos más madrugadores de cada evento. Por último, se señala la dificultad de usar este procedimiento para datar deslizamientos. Los vuelos muchas veces sufren retrasos de semanas o meses hasta poderse realizar, por lo que no permiten una buena datación del evento.

3.2.2. Escala de décadas-siglos

Los argayos históricos se pueden analizar con una amplia variedad de técnicas de datación, como pueden ser el estudio de datos almacenados en archivos históricos y hemerotecas, dendrocronología, liquenometría, cronoestratigrafía y procedimientos isotópicos. Todas ellas son técnicas muy útiles para el establecimiento de series cronológicas de alta-media frecuencia.

3.3.3. Escala de siglos-milenios

Los argayos antiguos presentan más dificultades para su caracterización cronológica. Los procedimientos isotópicos y cronoestratigráficos son los más utilizados para el establecimiento de series cronológicas de baja frecuencia. La liquenometría y la dendrocronología, aunque ofrecen posibilidades de alcanzar edades del orden de 10.000 B.P. (Calkin y Ellis, 1984; Stuiver et al., 1986), dependen de la disponibilidad de material datable, no se pueden aplicar a todas las tipologías de movimientos y ambientes morfodinámicos, y presentan muchas dificultades en áreas con elevada influencia humana.

La datación de un movimiento de ladera es una tarea difícil y delicada. Asignar edad a un deslizamiento es un proceso laborioso, constituido por diferentes fases, cada una de las cuales debe realizarse con sumo cuidado y de manera meditada. Se requiere de la correcta delimitación del perímetro del individuo a datar; de una meditada selección del área fuente donde buscar el material fuente; de la búsqueda y obtención de diferentes materiales que permitan la datación por procedimientos diferentes con el fin de cotejar las edades obtenidas; de suerte para encontrar el material fuente; y por último, del establecimiento preciso del contexto geomorfológico aportado por las dataciones. Hay que tener en cuenta que las zonas argayadas, habitualmente están sujetas a nuevos episodios de inestabilidad de laderas o erosión hasta que el material situado sobre la vertiente alcanza el equilibrio de nuevo. Por esta razón, es posible que los materiales útiles para datación correspondan a los nuevos episodios de inestabilidad y no a los predecesores (Innes, 1997). Así las dataciones más fiables de material se producen si se conoce correctamente la estratigrafía y distribución espacial del depósito (Hutchinson y Gostelow, 1976). En cualquier caso, dichos materiales deben buscarse en el pie del depósito, dentro de la masa deslizada o asociada a depresiones situadas sobre el depósito. Aun así se debe tener en cuanta que pueden haber discrepancias entre la edad aportada por la datación y la correspondiente a la fase de actividad (Schoeneich, 1991, Corominas et al., 1994a, Lang et al., 1999).

El establecimiento del contexto geomorfológico depende en suma medida de la escala de trabajo. Un error bastante corriente en la mayoría de las cartografías de deslizamientos se debe a interpretaciones equívocas de los límites del movimiento. Así deslizamientos que sufren sucesivas reactivaciones en diferentes épocas, son interpretados como un movimiento único, cuando en realidad son varios distintos. Este error está determinado por imprecisiones o falta de resolución espacial en la cartografía. En la literatura se ha usado el término de reactivación para designar aquellas áreas de un argayo aletargado que presentan de nuevo movimiento. Sin embargo, si se cartografían con detalle los límites espaciales de la reactivación, éstos no suelen coincidir con el área anteriormente afectada, dado que en un gran número son deslizamientos nuevos adyacentes a una ruptura primaria.

Otro defecto que aparece en la mayoría de los trabajos es la carencia de información sobre la precisión de la medida realizada. En los modelos temporales las medidas efectuadas deben aparecer con sus correspondientes barras de error (Corominas, 2000).

3.4. La persistencia en el relieve de los movimientos de ladera

Uno de los aspectos más llamativos de los modelos de ocurrencia temporal es la práctica inexistencia de deslizamientos pequeños antiguos. Esta circunstancia supone una paradoja, sobre todo si el factor desencadenante es climático, porque como se ha mencionado las lluvias desencadenan numerosos movimientos de ladera, de escaso espesor “Shallow landslides” y de tipologías que van de  “debris flows”, “mud flows”, “Slab slides”, “rock falls” o “slip soil”.

González (1995) y González et al. (1999) desarrollaron un modelo de ocurrencia temporal para un valle de la Cordillera Cantabrica con una población de más de 1139 deslizamientos, correspondientes a diferentes tipologías, y edades que van desde más de 120. 000 años hasta la actualidad. Tomando el tamaño mínimo y medio de cada clase temporal y enfrentándolo a su edad encontraron una relación lineal creciente hacia el pasado, con una correlación muy alta en  ambos casos (en el tamaño mínimo 0,99 y en el tamaño medio 0,91).

El porqué de que el tamaño mínimo de una clase temporal de movimientos de ladera crezca con el tiempo se debe a la erosión, que ha eliminado los tamaños menores. Dicho de otra manera, para una clase temporal de deslizamientos en la que su tamaño mínimo es superior a 6 ha, su edad mínima más probable sería de 5000 años B.P., o que en 5.000 años los procesos de desmantelamiento del relieve han difuminado la huella de la presencia de argayos de superficie menor en el relieve, haciéndolos irreconocibles. La función tamaño mínimo-edad es una medida de la erosión, y de la persistencia de un rasgo en el paisaje. Cualquier movimiento de ladera o rasgo geomorfológico de tamaño similar al mínimo encontrado en un grupo temporal ha sido erosionado y denudado hacia la cuenca de sedimentación.

3.5. El papel jugado por el hombre

Otro tipo de factor a tener en cuenta es la influencia del hombre, que normalmente interviene como factor condicionante y a veces desencadenante. Se ha identificado un incremento de la actividad de flujos de derrubios “debris flows” en Escocia durante los últimos 500 años que se ha atribuido a quemas y a sobre laboreo agrícola (Innes, 1983).

Los trabajos efectuados en la Cordillera Cantábrica por Salas (1993), González (1995) y González et al. (1996,1999) ponen de manifiesto la existencia de un incremento de un orden de magnitud en las tasas de movilización de deslizamientos entre el 5.500 y 5.000 B.P. (grupo temporal 5). La alta contribución manifestada por deslizamientos profundos, tanto rotacionales como translacionales, la distribución espacial de los movimientos en relación con las principales fracturas que presentan sismicidad actual y altas concentraciones de  radon (222) y radio (226) disuelto en agua de los manantiales ligados a dichas fracturas, sugieren que su factor desencadenante es de tipo sísmico. Sin embargo, dentro del grupo temporal 5 también hay un numeroso grupo de tipologías que se pueden interpretar como producidas por factores desencadenantes de tipo climático (lluvias intensas). Estos hechos por si solos no explican por qué durante ese lapso de tiempo (de apenas 500 años) hay una elevada tasa de movilización. Sin embargo, del modelo climático, y en particular de los estudios polínicos y sedimentológicos efectuados para su confección, así como de los estudios arqueológicos se extrae una información capital. Desde el 5.000 al 3.000 B.P. entran los pobladores neolíticos. La importante deforestación causada por sus prácticas ganaderas intensivas conlleva la perdida de vegetación y un aumento del poder erosivo de las tormentas, con el consiguiente efecto sobre los procesos de ladera

Un incremento similar se ha encontrado entre 1954 y 1997 en el curso bajo del Valle del río Deba (Guipúzcoa). Este incremento muestra relación clara con parámetros climáticos ni con la actividad sísmica. Sin embargo, se ha encontrado una buena e interesante correlación entre frecuencia de deslizamientos e indicadores de actividad humana (Remondo et al., 2005).

Probablemente, la influencia del hombre se está convirtiendo en un factor condicionante y desencadenante directo de los movimientos de ladera. Las actividades antrópicas no sólo están influyendo en el clima directamente, sino en otras variables ambientales como por ejemplo en la vegetación, que a su vez está afectada por el clima, por lo que los cambios experimentados pueden ser sinérgicos. Por lo tanto, se debe prestar atención en el futuro al hombre como uno de los factores más relevantes a tener en cuenta.

3.6. Modelos de ocurrencia temporal en Europa.

3.6.1. Modelos de ocurrencia temporal

Existen pocos trabajos en Europa encaminados a conectar la ocurrencia temporal de movimientos de ladera con factores climáticos (Starkel, 1966,1985; Kotarba, 1988, Brunsden e Ibsen, 1994, González, 1995). Son mucho más escasos los estudios encaminados a determinar la dimensión temporal de estos procesos, en lo que respecta a su desarrollo a lo largo de lapsos que vayan desde unos pocos años a varios milenios y en áreas relativamente amplias. Este tipo de estudios, especialmente si tienen un enfoque cuantitativo, pueden permitir un mejor conocimiento de la contribución de estos procesos a la evolución del paisaje y de las variaciones que han podido experimentar como consecuencia de los cambios climáticos ocurridos en el pasado, a distintas escalas temporales.

La determinación de las posibles relaciones cronológicas entre cambios climáticos y desarrollo de los movimientos de ladera en el pasado puede resultar de gran ayuda para una mejor comprensión de la dimensión geomorfológica de los cambios globales y ayudar a anticipar algunas de las consecuencias de los mismos. Tal y como señala Corominas et al. (1994a) no hay muchos datos que permitan correlacionar la actividad de los deslizamientos con la condiciones climáticas pasadas. Además, parece claro que para el Holoceno, la actividad de los movimientos de ladera no está debida exclusivamente a la retirada de los glaciares. Algunos deslizamientos superficiales pueden estar directamente relacionados con eventos de lluvias, mientras que la mayoría de los deslizamientos profundos no. El papel de la deforestación en el incremento de la actividad histórica de deslizamientos no se conoce bien. Las correlaciones entre la actividad de movimientos de ladera y el clima, dependen de las relaciones que se pueden establecer entre frecuencia y distribución de deslizamientos. Estas últimas dependen, a su vez, de la distribución espacial de los factores condicionantes (Braam et al., 1987, Weiss, 1988). Sin embargo, identificar ese papel no es trivial dado que hay una amplia variedad de condiciones (factores condicionantes y desencadenantes), y además es necesario conocer el papel de estos factores en la evolución del relieve.

Los primeros estudios efectuados sobre ocurrencia temporal de movimientos de ladera en Europa mostraban una estrecha correlación entre movimientos de ladera y clima. Sin embargo, los trabajos realizados en la década de los 90 sobre este ámbito (Brunsden e Ibsen, 1994, González, 1995, González et al., 1996, 1999, Berrisford y Mattheus, 1997), señalan que no todos los movimientos antiguos se han producido por factores climáticos, de ahí la importancia de identificar la huella geomorfológica de los movimientos para conocer la importancia del clima en su génesis.

Los modelos existentes muestran:

En los Alpes Suizos (Schoeneich, 1991), dataciones de varios eventos catastróficos agrupados entre 0-500 A.D., que pueden haber correspondido con incrementos de la precipitación.

En el Este de Europa (Starkel, 1966), se identificaron tres grandes periodos de actividad, que coinciden con situaciones climáticas favorables a la actividad de deslizamientos por lo que señaló que los movimientos en el Holoceno tienen un control climático y no aleatorio. El primero de los periodos ocurrió durante el “younger Drias” (entre 11.000 y 9.000 a. B.P.) cuando se fundió en permafrost; otro periodo húmedo y cálido durante el Atlántico (7.000-5.000 a. B.P.) y otro similar durante el SubAtlántico (1.500-500 a. B.P.).

En escandinavia (Grove, 1972). El efecto de la pequeña edad del hielo se ha considerado también causante de deslizamientos. Este efecto se ha observado en el aumento en la densidad de caídas de roca y deslizamientos de esa época. Para otros autores (Zardini et al., 1984) los deslizamientos se han desarrollado continuamente desde que se retiraron los glaciares.

Recientes estudios llevados a cabo en las Montañas Rocosas ha mostrado cómo la actividad de caídas de rocas es un 50% menor que la media de la tasa de actividad postglacial (Wieczorek y Jäger, 1996).

En el Pirineo Oriental, se ha analizado la actividad durante el último centenar de años. Desde 1959 la actividad se ha incrementado notablemente, mientras que desde los años 20 hasta 1959 se han registrado pocos movimientos (Corominas, 2000).

Un incremento de la tasas de actividad de deslizamientos ha sido registrada en diferentes zonas europeas. Ésta puede estar ligada a un mayor incremento de la precipitación media anual (Eisbacher and Clague, 1984; Brunsden and Ibsen, 1994; Flageollet et al. 1994; Janbu et al. 1996). En Inglaterra se han observado un incremento del 30 % de la precipitación efectiva desde 1868 (Bromhead et al., 1998). La evolución de la precipitación efectiva muestra una disminución hacia principios de 1900 y una recuperación hacia 1935 con una máxima en la mitad de los 60. Esta mínima no ha sido igual en todas las zonas de Europa, aunque el aumento de las precipitaciones en los últimos decenios si ha sido registrado ampliamente registrado.

En la Cordillera Cantábrica, los trabajos de González Díez (1995) y González et al., (1996, 1999) han aportado algo más de luz al problema de la relaciones existentes entre ocurrencia temporal y factores climáticos en Europa. Estos autores llevaron a cabo una caracterización espacial y temporal de los movimientos de ladera existentes en la cuenca de los ríos Magdalena-Pas. Dicha cuenca supone un transepto Norte-Sur de la Cordillera Cantabria, lo que permite establecer correlaciones entre la distribución espacial y ocurrencia temporal de los procesos de ladera y los rasgos geomorfológicos debidos a procesos glaciares, fluviales o costeros, presentes en dicha cuenca. En este trabajo se caracterizaron un número importante de movimientos de ladera y se llevó a cabo una datación de los mismos mediante diferentes procedimientos (Carbono 14, Uranio-Torio, dataciones arqueológicas, extracción de datos de archivos, análisis de fotos aéreas correspondientes a vuelos cronológicamente consecutivos, correlaciones cronoestratigráficas y morfometría, grado de persistencia de una forma en el paisaje). Tomando en cuanta el grado de preservación de un rasgo en el paisaje se definieron 5 grupos: Grupo A, argayos recientes; Grupo B, argayos jóvenes; Grupo C, argayos madurosy Grupo D, argayos viejos. Paralelamente a las dataciones, se tuvo en cuenta la evolución geomorfológica de los procesos glaciares, fluviales y costeros así como la tectónica de la zona. También se tuvieron en cuenta las evidencias existentes de numerosas manifestaciones de la evolución tectónica de la zona que se plasman en el desarrollo de la red de los cursos fluviales y drenaje relacionada, la distribución espacial de determinados tipos de procesos de ladera, el basculamiento de terrazas fluviales y el prisma aluvial de los ríos Magdalena, Pas y Besaya, la distribución de epicentros de terremotos y las anomalías de Radón 222 y Radio 226 en manantiales ligados a ciertas fracturas que atraviesan la cuenca. Además, existe un modelo climático para dicha zona, correspondiente a los últimos 15.000 años (Salas 1993), y es posible extrapolar los datos de otros modelos regionales y globales (Bordonau, 1992; Broeckers, 1992) existentes.

A partir de tales datos, estos autores proponen un modelo temporal para los movimientos de ladera caracterizados en dicha cuenca con 10 grupos cronológicos: Las nuevas categorías cronológicas así establecidas son las siguientes: 1: movimientos muy recientes, posteriores a 1972. 2: movimientos anteriores a 1972; en ocasiones aparecen cubriendo a la terraza 1 y cortados por la llanura de inundación alta. Corresponden a movimientos del Grupo A antes definido. 3: argayos históricos, pertenecientes al Grupo B. En algunos casos aparecen apoyados sobre las terrazas 3 y/ó 2 y se encaja en ellos la terraza 1. 4: deslizamientos correspondientes al Grupo B. Cuando se relacionan con las terrazas se apoyan sobre las terrazas 4 y/ó 3 y están cortados por la terraza 2. 5: argayos correspondientes al Grupo C. Algunos aparecen sobre la terraza 4 y están cortados  por la terraza 3. 6: movimientos englobados en el Grupo C. En ocasiones aparecen sobre la terraza 5 y cortados por la terraza 4. Las coronas de algunos de estos movimientos afectan a formas glaciares del grupo II. 7: deslizamientos correspondientes al Grupo D. Cuando aparecen en relación con las terrazas, cubren a los niveles 6 y/ó 5. En algunos casos, sus coronas afectan a formas glaciares del grupo III. 8: argayos del Grupo D. En algunos casos se apoyan sobre la terraza 6; otros afectan a glaciares del grupo IV. Con frecuencia aparecen afectados por movimientos de la categoría 7. 9: movimientos correspondientes, al Grupo E. En ocasiones cubren a la terraza 6 y en otros son cortados por la terraza 5. 10: Incluye los argayos del Grupo E que están cortados por la terraza 6.

De los 10 grupos identificados, el 10, 9 y 8 están relacionados con basculamientos de la cuenca o liberaciones de carga producidas por la fusión de los hielos generados en el último pulso glaciar. El resto de los grupos cronológicos datados, a excepción de parte de la población del grupo cinco, que parece estar ligada a factores desencadenantes de tipo sísmico, están genéticamente conectados a cambios climáticos.

3.6.2. Periodos de recurrencia

Los datos obtenidos de los modelos de ocurrencia temporal no permiten, hasta la fecha extraer periodos de recurrencia claros para el pasado. Los existentes se han establecido usando los datos del presente y/o pasado reciente. El rango de los periodos de recurrencia para deslizamientos superficiales, varía de una región a otra. Así, en California, el rango de los periodos de recurrencia oscila entre 5 y 50 años, si hay una humedad antecedente adecuada del suelo (Brown III, 1988); en los Alpes el rango oscila entre 4 y 45 años (Van Steijn, 1996); en Noruega se han encontrados periodos de recurrencia de 50 a 150 años (Sandersen et al., 1996). En los Pirineos Orientales 30-40 años (Corominas, 2000); en la Cordillera Cantábrica se ha identificado un ciclo corto cada 11 años; en Hong-Kong ocurren 3 veces por año (Brand, 1985). Obviamente, en muchos otros ejemplos los periodos de recurrencia son superiores.

3.7. Los movimientos de ladera como indicadores climáticos. El problema derivado del establecimiento de relaciones causa-efecto.

No resulta fácil establecer relaciones causa-efecto entre ocurrencia de deslizamientos y variación en las condiciones climáticas. Así, por ejemplo, no hay una correlación directa en Europa entre la retirada de los hielos glaciares, que cubrían la mayoría de las cimas montañosas durante el último pico glaciar del DRIAS III (± 18.000 a. B.P.), y la aparición de periodos de actividad de deslizamientos (Corominas et al., 1994b). Dataciones efectuadas en Suiza y el Reino Unido, muestran que los grandes deslizamientos postglaciares, no se producen, justo después de la retirada de los hielos glaciares, por el socavamiento basal de las laderas de los valles glaciares debido a la acción fluvial, sino que pueden tener un retardo de hasta miles de años (Schoeneich, 1991). En la Cordillera Cantábrica los movimientos de ladera post Dryas III se han datado en torno a los 7.300 años con errores entorno a varias decenas de años. El retraso en el desencadenamiento de estos procesos se explica a través del tiempo que tardó en fundirse, el profundo permafrost que se había generado con la glaciación y del tiempo necesario para producirse una ruptura en la ladera por descompresión (Corominas et al., 1999). La fusión del permafrost ha sido considerada como la mayor causa de producción de deslizamientos a comienzos y durante Holoceno (Jackson et al., 1989, Alexandrowicz, 1997) sobre todo de “debris flows”.

Otro tipo de imprecisión proviene del tipo de técnica de datación empleada. A excepción de las técnicas de seguimiento continuo, el resto de las técnicas no miden el momento de inicio de la actividad del proceso sino un momento de  estabilidad o finalización del mismo, por lo que suele haber desfases entre uno y otro evento que pueden abarcar decenios.

Por otra parte, cabe señalar que la aparición o desaparición de glaciares en las laderas supone el desarrollo de cambios en las mismas de gran amplitud temporal. Éstos se manifiestan, a escala de cuenca, como deformaciones y basculamientos, que a su vez, originan procesos de ladera de gran envergadura. Los basculamientos producen además modificaciones de los niveles de base que suelen ir de la mano de modificaciones de las cargas de carácter litostático, y que, a su vez, se pueden ver impulsadas por movimientos epirogénicos o tectónicos. De este modo, las laderas de los valles se someten a un nuevo estado de esfuerzos, que conduce a favorecer la génesis de movimientos de ladera sobre las mismas. En la Cordillera Cantábrica se han identificado basculamientos de la cuenca que se reflejan a través del control tectónico de la red de drenaje, del basculamiento de terrazas fluviales y superficies antiguas de erosión, del engrosamiento prisma aluvial y de la aparición de movimientos gravitacionales profundos adyacentes a las fracturas que actúan como eje de basculamiento. Éste basculamiento se ha atribuido a la liberación cargas por fusión de los glaciares instalados en la cordillera en los últimos picos glaciares (González, 1995).

Después de una intensa etapa glaciar, la deglaciación ulterior, produce la aparición de fenómenos de decompresión sobre las laderas de los valles, debido a la desaparición de la masa de hielo que estaba situada sobre las mismas. La descompresión origina sobre las laderas fracturas circulares muy profundas, que desencadenan movimientos rotacionales que desmantelan la morfología glaciar previa (Selby, 1982). En dichas circunstancias, aumentos del nivel freático llevan parejos incrementos de la inestabilidad de las laderas.  En la Cordillera Cantábrica, (González, 1995) se ha identificado un grupo temporal de movimientos de ladera de más de 47.000 años B.P., (movimientos de grandes dimensiones, con plano de ruptura rotacional que desmantelan la terraza más antigua datada de más de 120.000 años y que están aterrazados por el nivel de terraza de más de 47.000 años B.P.) generado por condiciones similares a las aludidas. En otro grupo temporal, constituido por grandes flujos de derrubios que presentan un contexto geomorfológico similar al anterior, pero que además se encuentran modelados por formas glaciares atribuidas al pico glaciar en torno a 45.000-50.000 B.P., su génesis se ha atribuido a incisiones del canal fluvial, debidas a reajustes del nivel de base con posteridad a los máximos glaciares del 50.000 B.P. y 30.000 B.P.

Hay que tener en cuenta que no todos los ciclos húmedos producen reactivaciones, así, por ejemplo, en estudios realizados en el pirineo, durante los 80-100 últimos años, mediante técnicas dendrocronológicas, se ve que los episodios de reactivación ocurren cada 3 o 4 años de media (Corominas, 2000).

Otro problema que hay que tener en cuenta en la falta de disponibilidad de material para deslizarse. En Europa se han señalado reducciones en la actividad de flujos de derrubios por este motivo (Innes, 1985, Van Steijn et al., 1988), a pesar de que la frecuencia de aparición ha aumentado.

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 LA CIENCIA SE COMPONE DE ERRORES, QUE A SU VEZ, SON LOS PASOS HACIA LA VERDAD
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Pensar, es facil. Actuar es un poco mas dificil. Pero actuar como pensamos es mucho mas dificil.
(Johann Wolfgang von Goethe).

Los procesos terrestres externos no solamente aportan información del funcionamiento interno del planeta, sino también de la actividad del sol y de las actividades humanas 

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