01/07/2009
La contaminación acumulada en el suelo reduce la producción agrícola y
amenaza la agricultura sostenible, por lo que es mayor la dependencia de
los abonos nitrogenados, y por tanto, el riesgo de contaminación de las
aguas por nitratos.
Cuando se habla de contaminación, el
pensamiento y la mirada se dirigen al cielo cada vez menos azul o al
agua cada vez menos cristalina. Pero el suelo que se pisa también sufre
sus efectos. La pintura de un poste telefónico puede afectar a la
productividad de los campos agrícolas, lo que a su vez repercute en la
calidad de las aguas que llegan por diversas vías a los ciudadanos. Así
se demuestra en una reciente investigación de la Universidad de Oregon
(EE UU), que constata que los contaminantes acumulados en el suelo
disminuyen la productividad de los cultivos, lo que dificulta aún más el
objetivo de una agricultura sostenible. La razón: como se reduce la
productividad, los agricultores recurren a la utilización de un mayor
número de fertilizantes y pesticidas que, a su vez, aumentan la
contaminación por nitratos del suelo y de las aguas subterráneas. El
resultado es un círculo vicioso, un efecto perverso de la contaminación
a largo plazo que se refleja en la calidad de la agricultura, de los
acuíferos y del agua de consumo doméstico.
Descenso de la productividad
El nitrógeno es esencial para el crecimiento de las plantas. La
producción agrícola, por tanto, consume el nitrógeno del suelo. Para
evitar que se agote, la agricultura convencional ha optado por la
aplicación masiva de fertilizantes nitrogenados y el riego abundante. El
problema es que las plantas sólo absorben la mitad de esos
fertilizantes. El resto se filtra a través del suelo con las aguas de
riego, por lo que se contaminan los acuíferos y ríos. Estudios
realizados en el Reino Unido han calculado que se filtran entre 50 y 60
kilogramos de nitrógeno por hectárea al año y que el 58% de los nitratos
que contaminan los acuíferos proceden de la agricultura. En España éste
es un problema muy extendido. Una de las zonas más afectadas, aunque no
la única, es la Comunidad Valenciana. Muchos de sus acuíferos superan el
límite de 50 miligramos de nitratos por litro de agua fijado por la
Unión Europea.
El exceso de nitratos en las reservas de agua pueden afectar a la salud
humana y ambiental. El principal efecto sobre la salud se conoce como
metahemoglobinemia, un trastorno que causa limitaciones de la
hemoglobina para transportar oxígeno a los tejidos. No obstante, si la
cantidad de fertilizante utilizado es moderada, no tiene por qué
originarse un exceso de nitratos. El riesgo surge cuando se sobrepasan
las cantidades recomendadas en un intento de conseguir un mayor
crecimiento de las plantas. Pero añadir más fertilizante no supone
siempre un aumento de la productividad, ya que la causa del bajo
rendimiento de los cultivos puede tener otro origen, tal y como revela
el trabajo de la Universidad de Oregon, publicado en la revista
Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS).
Según el estudio, los compuestos químicos
que se hallan en el suelo afectan al crecimiento de los cultivos de
leguminosas, ya que reducen su capacidad de capturar y fijar nitrógeno
(un proceso esencial en el crecimiento de este tipo de plantas). El
insecticida metilparation -aplicado a la alfalfa y al algodón- reduce la
productividad en un 35%, y el DDT - que aunque ya no se usa, se
encuentra en numerosos suelos agrícolas- lo hace en un 45%. El bisfenol
A, un compuesto usado en los plásticos, y que se ha convertido en un
contaminante omnipresente, causa una reducción de la productividad en la
alfalfa de un 50%. Otro contaminante, el pentaclorofenol, empleado para
proteger la madera de los postes de teléfono y de otras
infraestructuras, reduce el rendimiento de los cultivos hasta un 80%.
Todo ello explicaría el descenso en la productividad de los últimos 40
años en todos los países, a pesar de la creciente aplicación de
fertilizantes y pesticidas.
Las consecuencias de utilizar contaminantes
Este efecto de los contaminantes es doblemente negativo. Por un lado,
disminuye la productividad del cultivo y, por otro, afecta a las
leguminosas, una de las mejores bazas de las que dispone la agricultura
para controlar el uso de fertilizantes.
Las leguminosas (como la alfalfa, las judías o el trébol) se
caracterizan por su capacidad de fijar el nitrógeno del aire gracias a
unas bacterias que se hallan en sus raíces. La simbiosis entre bacterias
y planta le permite alimentarse del nitrógeno que hay en el aire y, de
paso, renovar las reservas de nitrógeno en la tierra, de forma que puede
ser aprovechado por otras plantas. De ahí que el cultivo de leguminosas,
alternado con otras especies, sea una de las prácticas agrícolas
ecológicas recomendadas para aumentar la fertilidad del suelo sin abono
o con pequeñas cantidades.
En este ámbito, el estudio de la Universidad de Oregon muestra que los
contaminantes merman el crecimiento de las plantas porque impiden esa
capacidad de capturar el nitrógeno. Es una mala noticia porque augura
que será difícil reducir la dependencia de los abonos nitrogenados.
Además, en países en desarrollo, donde los fertilizantes son muy caros
para el agricultor, el cultivo rotatorio de leguminosas es una forma
económica de mantener la fertilidad del suelo. Sobre este hecho, John
McLachlan, del Centro Tulane para la Investigación Bioambiental (EE UU),
avanzaba los resultados de sus experimentos aún sin publicar: han
descubierto que los pesticidas afectan al proceso de fijación de
nitrógeno de un centenar de plantas leguminosas tropicales y
subtropicales. Muchas de estas especies son árboles y arbustos, como la
teca o el palisandro, que mejoran los suelos tropicales bajos en
nutrientes. Y los agricultores de estas regiones más pobres no pueden
permitirse perder estos fertilizantes naturales. A largo plazo, la
consecuencia no es sólo una menor productividad, sino una mayor
dependencia de los abonos nitrogenados y la prolongación de un modelo
agrícola insostenible.
Uno de los principales obstáculos para evitar el uso excesivo de
fertilizantes nitrogenados es la falta de entendimiento entre
agricultores y la Administración. Se sabe la cantidad de abono
nitrogenado que hay que utilizar para no sobrepasar el límite y se
publican folletos de información que se envían a los agricultores, pero
no se realiza un seguimiento para comprobar su cumplimiento, tal y como
alertan desde el Centro de Ciencias Medioambientales de Madrid y RUENA,
una red de investigación sobre el uso eficiente del nitrógeno en
agricultura.
La creencia falsa de que cuanto más abono se utiliza más aumenta la
productividad sólo empeora la situación. Entre las estrategias diseñadas
para evitar este problema sobresale la concienciación de los
agricultores y una gestión integral de las cuencas de los ríos para
declarar las zonas vulnerables, cuyas aguas superan o están en riesgo de
superar la concentración máxima de nitratos permitida.
Evitar la contaminación por nitratos
también en casa
La contribución de reducir y evitar en lo posible la contaminación por
nitratos no corresponde de manera exclusiva a la Administración y los
agricultores. También los ciudadanos que cultivan pequeños huertos o
jardines juegan un importante papel, ya que no siempre tienen la
información adecuada respecto al uso de fertilizantes.
Tal como recoge un documento del Centro Rural de Información Europea,
una de las principales herramientas para evitar esta contaminación es la
agricultura ecológica y el uso de abonos que no sean muy solubles porque
así se dispersan menos.
Otros consejos son los siguientes:
- Evitar el abuso de abonos nitrogenados y los riegos excesivos.
- Mantener el suelo con vegetación. Aunque
no sea un hermoso césped y se trate de vegetación silvestre o mixta, esa
cubierta verde retiene el exceso de nitratos del suelo y evita su
dispersión. Cuando se corta, el nitrógeno regresa al suelo, aunque en
una forma orgánica difícil de ser arrastrada, por lo que resulta más
inocuo desde el punto de vista ambiental.
- No hay que dispersar contaminantes al
entorno natural. Hay que evitar el abuso de pesticidas ya que, como se
acaba de descubrir, a largo plazo afectaría al crecimiento de las
plantas y generaría una mayor dependencia de los abonos.