01-mayo-2008
Tras el accidente en la mina de cobre
de Boliden Apirsa en Aznalcóllar, Sevilla, el 25 de abril de 1998, casi un
centenar de investigadores liderados por el CSIC se organizaron para
emitir un informe científico sobre el impacto del vertido sólo cuatro días
después del desastre. Algunos de los expertos que protagonizaron la
gestión científica del mayor desastre ambiental de la historia en España
hablan de la respuesta dada por la investigación durante estos diez años y
se lamentan de que no se hayan sistematizado este tipo de actuaciones.
El
accidente

Vertido
Foto: CSIC
Durante la madrugada del 25 de abril
de 1998, la balsa de residuos de la mina de pirita de la empresa
sueco-canadiense Boliden Apirsa S.L. en Aznalcóllar, Sevilla, se rompió,
al producirse una fractura a 14 metros de profundidad por la que escaparon
seis millones de metros cúbicos de agua y lodos tóxicos de pirita. Una
riada excepcional, que llegó a alcanzar hasta tres metros de altura en
algunos puntos, desbordó los ríos Agrio y Guadiamar, contaminó un total de
63 kilómetros de cauce y 4.634 hectáreas de terreno.
La "ola tóxica" ascendió entre dos y tres kilómetros cauce arriba antes de
comenzar a descender por el río Guadiamar hacia las marismas de Doñana. No
hubo víctimas mortales porque el accidente ocurrió durante la noche. La
rotura de la balsa minera de Aznalcóllar ha constituido el mayor desastre
ambiental en la historia de España. El vertido tóxico de Boliden fue unas
100 veces mayor que el del Prestige (seis millones de metros cúbicos de
aguas ácidas, frente a 63.000 toneladas de fuel).
El vertido anegó entre 500 y 1.000 metros de llanura aluvial hasta llegar
a las puertas del Parque Nacional de Doñana. La preocupación por la
conservación del emblemático espacio confirió rápidamente una dimensión
internacional al accidente.
Protagonismo científico en la
crisis
Un hecho excepcional tras el accidente fue que los protagonistas de la
gestión de la crisis, sobre todo en la fase de emergencia, fueron los
científicos, que se autoorganizaron para emitir un informe de impacto tan
sólo cuatro días después del accidente.
Así lo explica el que era director de la Estación Biológica de Doñana
(CSIC), en Sevilla, cuando se produjo el accidente, el investigador Miguel
Ferrer: “El primer informe que le llegó al presidente José María Aznar
venía del CSIC, y lo emitimos a los cuatro días. La información era
entonces la que se daría después, bastante correcta y muy rápida. El CSIC
organizó un comité científico con 90 investigadores, que dejaron casi todo
para centrarse en este tema. Un mes y medio más tarde recibimos el encargo
oficial de formar el comité”.
El presidente del CSIC en aquel momento, César Nombela, recuerda la
experiencia: “En mi mente estaban otras situaciones anteriores, como la
del síndrome del aceite tóxico, de la primavera de 1981, en las que la voz
de los científicos quedó oscurecida por una pugna política muy
radicalizada. Estaba convencido de que la voz de los científicos expertos
era lo primero que se debía oír en circunstancias así, por lo que decidí
reunir a un comité de personas del CSIC, muy basado en los expertos de la
Estación Biológica de Doñana”.
Nombela rememora que algunos colegas trabajaron entonces sin tregua: “La
disponibilidad de todas las personas a las que se pidió colaboración, para
trabajar incluso en domingos, aportó un ánimo extraordinario. Pensé que el
CSIC no debía defraudar a la sociedad española que lo sostiene y creo que
fueron tiempos para poner de manifiesto el valor de la investigación
científica. Como investigador, sentí que era un privilegio tener la
responsabilidad, con el apoyo del Gobierno, de uno de los principales
organismos de investigación del mundo”.
La Comisión de Coordinación de la Emergencia que puso en marcha el Plan de
Medidas Urgentes estuvo formada por la Junta de Andalucía y la
Administración del Estado y asesorada por un Comité de Expertos,
constituido en origen por representantes del CSIC y liderado por uno de
sus centros de investigación, la Estación Biológica de Doñana. Más tarde
se sumarían otras instituciones científicas y universidades.
La limpieza
Miguel Ferrer, el ex director de la Estación
Biológica de Doñana (CSIC), recuerda la toma de decisiones en los primeros
momentos: “Lo primero que decidimos, desde el punto de vista práctico, fue
la construcción de muros para evitar que el vertido llegara al río
Guadalquivir y a Doñana. Desde el punto de vista científico, lo más
urgente era tomar muestras de cómo estaba el lugar antes de que llegara el
vertido”.
De forma paralela, se paralizó la actividad minera y se cerró la grieta,
para evitar que se escaparan los otros 20 millones de metros cúbicos de
lodos que aún había en la balsa. Dos días después del accidente, la riada
estaba controlada y la zona de influencia del vertido acotada. Se había
evitado la entrada en el Parque Nacional de Doñana y el Estuario del
Guadalquivir. “Con la construcción del último muro respiramos aliviados,
no sabíamos si íbamos a poder pararlo”, detalla Ferrer.
“Lo que más me impresionó era ver venir el agua y a los peces saltar
fuera, porque el agua ácida tenía un pH de 2,5 y los peces preferían morir
asfixiados que abrasados”, describe el ex director de la Estación.
La antigua corta (mina a cielo abierto) de Aznalcóllar sirvió de depósito
para los lodos recogidos. Los expertos también aconsejaron el
procedimiento idóneo para la limpieza: retirada manual de los residuos y
uso de maquinaria adaptada al terreno, para evitar la pérdida de los
semilleros y la capa fértil del terreno. A petición también de la
comunidad científica, se mantuvieron los lodos en algunas zonas para que
estas parcelas sirvieran de testigos donde investigar los efectos de la
contaminación original.
La Junta de Andalucía prohibió asimismo toda actividad agrícola, pesquera
y ganadera en la zona, y las cosechas de los terrenos cultivados fueron
retiradas, para garantizar la salud pública.
Una estrategia de comunicación basada en la transparencia y la objetividad
fue clave para acabar con la alarma social generada en un primer momento.
“Recuerdo que la gente nos paraba por la calle para agradecernos que se
estuviera contando la verdad”, declara el ex director de la Estación
Biológica de Doñana (CSIC).
Las cifras de la
catástrofe
El comité científico advirtió de que los dos millones de metros cúbicos de
lodos y los cuatro millones de metros cúbicos de aguas ácidas tenían que
ser retirados antes de las lluvias del otoño, que multiplicarían los
efectos de la contaminación. Con la suerte de cara, se acometieron las
tareas de recogida durante 208 días en los que no llovió en ningún
momento, a pesar de que el año anterior había resultado bastante lluvioso
(hecho que favoreció la rotura de la balsa por exceso de presión).

Lodo del
vertido
Foto: CSIC
El 64% de la superficie afectada
correspondía a espacios protegidos del actual Espacio Natural de Doñana.
En los primeros días tras el vertido, se llegaron a recoger en los cauces
más de 37 toneladas de peces, 170 kilogramos de cangrejo rojo y 40
ejemplares de rana común. La cantidad de peces muertos recogidos sería
equiparable al total de bailas contabilizadas en la Lonja del Puerto
Pesquero de Huelva en 2003. La superficie contaminada fue equivalente a
6.482 campos de fútbol y el volumen del vertido equiparable a 630,76 veces
el de la Giralda.
Aunque mucha de la fauna que se encontraba en el terreno aluvial pudo
desplazarse, fue necesario recoger 890 huevos y 14 pollos de aves que en
ese momento se encontraban en fase de reproducción o incubación.
La magnitud del accidente supuso un despliegue sin precedentes ante un
desastre ambiental. La limpieza y restauración del Guadiamar le costaron a
la Junta de Andalucía y al Ministerio de Medio Ambiente 165.396.261 euros.
Los investigadores realizaron 15.110 análisis, con 3.128 puntos de
muestreo.
Un total de 868 operarios recogieron siete millones metros cúbicos de
lodos y tierras contaminadas, ayudados por 500 camiones de limpieza que
recorrieron casi 17 millones de kilómetros (lo que equivaldría a que
hubieran dado 424,16 veces la vuelta a la Tierra, sobre la línea del
Ecuador).
El vertido contenía la mitad de los metales pesados conocidos, así como un
tercio de los elementos químicos, como uranio, arsénico, cobre, plomo,
cadmio, zinc y talio. Estos elementos con gran movilidad podían
introducirse en los acuíferos y en la cadena alimentaria, y estaban
compuestos por partículas pequeñas susceptibles de ser inhaladas. Según
los expertos, esto confería al vertido una peligrosidad potencial elevada.
La depuración de las aguas
Otro de los grandes
problemas era resolver qué hacer con los 2,5 millones de metros cúbicos de
aguas tóxicas que quedaron embalsadas en la zona de Entremuros (el
encauzamiento artificial del Guadiamar y otros afluentes). Un nuevo
informe científico-técnico desaconsejaba el desagüe directo al
Guadalquivir, por lo que las aguas tuvieron que ser depuradas in situ. Con
este cometido, se construyeron ad hoc dos depuradoras, una de emergencia y
otra convencional. La depuración se inició dos meses después del accidente
y finalizó antes de los tres meses recomendados.

Limpieza
de las aguas
Foto: CSIC
La Consejería de Medio
Ambiente de la Junta de Andalucía dictaminó, finalizada la primera fase de
la limpieza, que había que limpiar nuevamente el tramo asignado a Boliden
Apirsa S.L. La multinacional no tuvo en cuenta los informes científicos y
empleó maquinaria pesada, lo que afectaría de forma negativa a la
recuperación del suelo y la vegetación de la zona. Boliden no quiso asumir
los costes de esta segunda limpieza, que fue afrontada por la Junta de
Andalucía. La compañía minera no ha pagado ninguno de los costes del
accidente ambiental del que fue responsable, y aún no ha sido condenada
por los tribunales.
La primera fase de la limpieza se inició ocho días después del accidente y
se realizó en un tiempo récord de siete meses. La segunda fase se prolongó
desde los últimos meses de 1998 hasta el año 2000. Se eliminaron el 99% de
los contaminantes vertidos.
Diez años de
restauración: la respuesta de la investigación
El conocimiento científico sería clave también después de la primera fase
de emergencia para acometer la restauración del corredor del Guadiamar. En
1999, el investigador del CSIC Joan Grimalt coordinó un número monográfico
en la revista The Science of the Total Environment sobre los estudios
realizados tras el vertido.
La Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía puso en marcha
dos programas de investigación multidisciplinares, PICOVER (1999-2003) y
SECOVER (2003-2006), para remediar los efectos negativos del vertido y
analizar su impacto en los suelos, la fauna y la vegetación. En estos dos
programas intervinieron varios centros del CSIC y diferentes
universidades.
Un Programa de Seguimiento y Remediación analizó los niveles de
contaminación en seres vivos de los elementos más abundantes del vertido:
zinc, plomo, cadmio, cobre y arsénico. Todos los estudios realizados
apuntan la necesidad de continuar con el seguimiento de los efectos del
vertido sobre las diferentes poblaciones de seres vivos, dado que se
requeriría de un mayor registro de datos para conocer los efectos
subletales que puedan causar los elementos traza (elementos químicos que
tienen una concentración baja, inferior al 0,1 %) tóxicos en el medio. Los
análisis también apuntan a fuentes de contaminación ajenas al vertido,
como los organoclorados de los pesticidas procedentes de la explotación
agrícola.
El proyecto de restauración Doñana 2005, a su vez, supuso un conjunto de
actuaciones para regenerar hídricamente las marismas de la zona.
El cangrejo rojo americano, la
nutria y la cigüeña blanca
Tres especies de animales han sido estudiadas como bioindicadores del
estado de la zona tras el vertido: el cangrejo rojo americano (Procambarus
clarkii), la cigüeña blanca (Ciconia ciconia) y la nutria (Lutra lutra).
La abundancia de cangrejo rojo americano estuvo gravemente afectada por el
impacto inicial del vertido, aunque después presentaría una gran capacidad
de recuperación. La concentración de metales pesados y arsénico en los
tejidos del cangrejo sigue mostrando valores altos en las estaciones más
cercanas a la mina, aunque, en general, existe una tendencia a disminuir
en el tiempo.
La nutria americana ya había sido utilizada como indicador de los niveles
de contaminación del ecosistema en el naufragio de Exxon-Valdez en 1989,
dado que es un depredador situado en la cúspide de la cadena trófica. La
concentración de metales detectada en las heces de la nutria continúa
siendo más elevada en la zona del Guadiamar. La tendencia observada, que
no se ha mantenido, fue de reducción rápida de las concentraciones tras
las labores de remediación. Los niveles de contaminación por cadmio, por
ejemplo, se han estabilizado, lo que apunta a una fuente de contaminación
ajena a la mina.
El registro histórico de datos de las poblaciones de cigüeña blanca desde
1973 facilitó el estudio de esta especie como indicador de calidad
ambiental. Los investigadores analizaron el daño en el ADN de estas aves,
que relaciona la contaminación por metales con la patología ósea (con
deformaciones en pico y patas) de los pollos que han nacido en la colonia
desde 1999, sobre todo durante el primer año después del vertido.
Los daños observados en el ADN y la reducción en la respuesta inmune de
las aves también indican una posible relación directa con los pesticidas
utilizados en los cultivos agrícolas de la zona. Los resultados
preliminares del análisis a nivel poblacional apuntan hacia un menor éxito
reproductor de la colonia tras el vertido.
Uno de los investigadores del CSIC implicado en estos estudios de
seguimiento, Miguel Delibes, valora la investigación realizada durante
estos años: “Se ha hecho mucha y buena investigación, tanta que se han
descubierto problemas que existían antes del vertido y no se conocían”.
Reforestación en el Corredor Verde del Guadiamar
Diferentes estudios señalan que las diferentes especies de plantas leñosas
y herbáceas presentan niveles normalizados de metales pesados, excepto
pequeños núcleos contaminados. Dentro de las medidas de restauración de la
vega del Guadiamar, tras terminar las labores de limpieza y remediación de
suelos, se procedió a la reforestación con especies autóctonas, como álamo
blanco, sauce, encina, acebuche y algarrobo, entre otras. Las últimas
crecidas del río confirman el regreso a su dinámica y morfología natural,
con el restablecimiento de la funcionalidad de antiguos brazos y áreas
inundables.
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Reforestación
Foto: CSIC |
El proyecto Corredor Verde del
Guadiamar pretende restaurar esta zona para convertir el cauce del río en
el corredor de conexión entre Sierra Morena y Doñana. El actual director
de la Estación Biológica de Doñana (CSIC), en Sevilla, Fernando Hiraldo,
afirma: “Gracias al proyecto Corredor Verde del Guadiamar la zona está
mejor que antes del vertido, y como público, todos la podemos disfrutar”.
Para Delibes, “el corredor es una buena idea, pero a corto plazo no puede
conectar áreas distantes, salvo para especies que se muevan con facilidad
en áreas humanizadas, y que, tal vez, ya estuvieran conectadas antes. Su
mejor efecto a corto plazo ha sido reducir la contaminación local y las
tomas de agua en verano, así como potenciar la sensibilización hacia la
naturaleza”.
“La otra gran acción que se puso en marcha como consecuencia del vertido,
el Proyecto Doñana 2005, ha sido enormemente beneficiosa. Sin embargo, se
ha quedado corta. Los problemas de las aguas que inundan Doñana y que se
pretendían atajar distan mucho de estar solucionados”, añade Hiraldo.
Una catástrofe anunciada
Diferentes trabajos científicos previos al vertido, realizados por
investigadores del Instituto de Recursos Naturales de Sevilla, así como
otros centros de investigación del CSIC y universidades, mostraban que la
contaminación procedente de la mina recorría el Guadiamar y alcanzaba
Doñana.
El suroeste de la Península Ibérica, y en concreto la faja pirítica
ibérica, ha sido explotada desde tiempos de los romanos, por lo que la
zona ha estado expuesta a la contaminación que este tipo de minería genera
durante siglos. El mineral se muele, se lava, y los sulfuros metálicos se
separan por flotación, un proceso que genera enormes cantidades de
residuos. Después, este residuo se conduce a la balsa donde se estabiliza
y almacena.
La pirita de Aznalcóllar fue explotada desde 1975 por la compañía española
Apirsa, y a partir de 1987 por la empresa sueco-canadiense Boliden Apirsa,
que produjo el cese total de la actividad minera en el año 2000. La
empresa española Cobre Las Cruces tiene previsto empezar a producir pirita
próximamente en una nueva mina en Gerena, Sevilla.
Con anterioridad al vertido, la cuenca del río Guadiamar era una zona
bastante degradada por la acción antropogénica, la presión urbanística y
la inexistencia de regulación en la explotación agrícola de la zona, con
cultivos que llegaban hasta las márgenes del río.
En 1997, Ferrer, como director de la Estación Biológica de Doñana (CSIC),
se opuso a la ampliación de la balsa y pidió un plan de emergencia para
que, en caso de rotura, los lodos y aguas ácidas no se extendieran por la
cuenca del Guadiamar y llegaran a la reserva de Doñana. La estabilidad e
impermeabilidad de la balsa de residuos mineros de Aznalcóllar fueron
denunciadas también, unos meses antes del accidente, por distintas
organizaciones, como Ecologistas en Acción, la Confederación Ecologista
Pacifista Andaluza y la plataforma Salvemos Doñana.
El director de la Estación Biológica de Doñana (CSIC) en la actualidad,
Fernando Hiraldo, se lamenta: “Con independencia de las responsabilidades
de los demás, que sin duda las hay y son muchas y graves, para mí resulta
obvio que la ciencia no tuvo la fuerza suficiente para convencer a la
sociedad de que se enfrentaba a un peligro cierto y serio antes de que
ocurriera el accidente.”
¿Ejemplo para el
futuro?
El presidente del CSIC cuando se
produjo el vertido, César Nombela, no cree que se haya aprendido de la
gestión de la crisis vivida en 1998: “Aprender la lección significaría que
en otras situaciones similares se actúa desde el primer minuto, sin
esperar instrucciones de nadie, para estudiar lo que ocurre, hacerlo
público y proponer soluciones si se tienen claras. Por desgracia, cuando
se hundió el Prestige en el otoño de 2002, cuatro años más tarde, no se
actuó así desde el primer momento”.

Zona
recuperada
Foto: CSIC
El ex director de Doñana, por su
parte, reflexiona sobre las acciones que se llevaron a cabo entonces, y
las que se pondrían en marcha hoy día si un accidente semejante se
repitiera: “Yo pensé que la actuación de 1998 era un ejemplo que iba a
cundir, pero no ha sido así, nuestra actuación fue anecdótica. Sin ir más
lejos, en la gestión de la crisis del Prestige no se tuvo en cuenta a los
científicos. No se ha sistematizado un protocolo. Si vuelve a pasar algo
parecido, la resolución de la crisis va a depender exclusivamente de las
personas a las que les toque tomar decisiones, no de la respuesta
organizada que hayan planificado las instituciones. Entonces decidimos las
personas a las que nos tocó y acertamos, pero nos podíamos haber
equivocado”.
Ferrer califica la recuperación de la zona de “magnífica”, y añade:
“Quedan dos cosas pendientes, la guinda del pastel, en esta recuperación
espectacular e incomparable: mejorar la funcionalidad del corredor verde y
garantizar su conectividad, así como el sellado definitivo de la presa.
Sigue entrando contaminación al río Agrio [afluente del Guadiamar]. Había
filtraciones antes de la rotura, y sigue habiéndolas”.
Para Hiraldo: “No sólo se limpió algo que parecía imposible, sino que
también se recuperó para todos un espacio como la cuenca del Guadiamar. No
obstante, no sé si hemos aprendido la lección. Quisiera creer que sí, pero
tengo serias dudas. Viendo cómo se ha llevado el proyecto de la mina de
Las Cruces, cuyos desechos contaminantes van también al Guadalquivir,
pienso que no. No es que el proyecto, ya en marcha, no cumpla ley, bueno
estaría, es que creo que era necesario un debate mucho más intenso y
pensando en el largo plazo”.
El actual director de la Estación Biológica de Doñana (CSIC) lanza
diferentes preguntas: “¿Cómo quedará la zona cuando el precio del cobre
baje y la compañía minera abandone?, ¿de verdad lo limpiarán y restaurarán
ellos?, ¿y si quiebra la compañía también?, ¿por qué no se ha contado con
grupos científicos potentes para evaluar el coste a largo plazo y los
riegos a corto? En fin, las preguntas son muchas, las respuestas que he
oído también, pero no me han convencido. El matrimonio ciencia-sociedad de
nuevo no ha funcionado”.