29/04/2009
PESE A LA GRAN RESTAURACIÓN QUEDAN PUNTOS NEGROS
Años de trabajos y 200 millones de euros
han recuperado la ribera del río sevillano
GUSTAVO CATALÁN DEUS (Enviado especial)
AZNALCÓLLAR (SEVILLA).-
Aquel sábado de hace 10 años el paisaje se
tiñó de negro. Todo lo que alcanzaba la vista desde el helicóptero tenía
esa tonalidad. Sólo el verdor de las copas de los árboles y el intenso
color de las naranjas daban pinceladas distintas sobre la marea negra
que había sepultado hasta la saturación la campiña del Guadiamar.
Hoy, ya no hay naranjos ni frutales, pero un espléndido bosque de ribera
serpentea la vega del Guadiamar. Todo ha reverdecido tras años de
trabajos, 200 millones de euros y las recientes lluvias. Se parece a una
postal turística, si no fuera porque todavía quedan puntos negros que no
se ven a simple vista.
«La restauración fluvial ha sido excelente, pero faltan dos cosas
fundamentales: todavía hay contaminación en el Guadiamar procedente de
la escombrera de residuos de la mina, y no se ha conectado el corredor
del río con el Coto del Rey, en Doñana», afirma Miguel Ferrer, biólogo y
director de la Estación Biológica de Doñana cuando ocurrió el desastre.
Sus críticas las comparten todas las organizaciones ecologistas, que
reconocen los aspectos positivos de la restauración, pero no desean que
la autocomplacencia lleve a no resolver los puntos negros. «Es posible
revertir la situación», afirma WWF/Adena, que reclama la restauración
del complejo minero de Aznalcóllar, el uso del agua del río Agrio
(afluente del Guadiamar) exclusivamente para fines ambientales, la
ampliación del Corredor del Guadiamar, límites a los planes urbanísticos
en ciernes y la restauración definitiva del sistema hídrico de Doñana.
Seis millones de metros cúbicos de lodos como el betún se vertieron por
la brecha de la balsa 10 años atrás. El estallido se produjo en el talud
del inestable vertedero de residuos mineros que la empresa Boliden-Apirsa
había ido llenado hasta la saturación. Un deficiente mantenimiento
provocó el desastre, del que, por cierto, científicos y ecologistas ya
habían avisado años atrás.
Si la visión desde el aire fue apocalíptica aquel 25 de abril de 1998,
en tierra fue reveladora sobre el gran desastre en las mismas puertas de
Doñana: los peces saltaban ante la llegada de las aguas muy ácidas, los
cadáveres inertes impregnados de lodo se mecían en la orilla y las aves
acuáticas habían desaparecido como si se las hubiera tragado la tierra.
Pero no, era la tierra la que había sido sepultada bajo una capa de
lodos con elevadas concentraciones de metales pesados y sustancias
tóxicas: el vertido llevaba entre otros cadmio, cinc, plomo y arsénico.
Las cifras no dejaban lugar a dudas: 4.600 hectáreas afectadas a lo
largo de 63 kilómetros del cauce del Guadiamar. Fantasmal.
¿Qué hacer? ¿Cómo evitar la llegada del vertido al parque de Doñana?
¿Cómo controlar un vertido tóxico de aquellas extraordinarias
dimensiones? Un muro de contención que se levantó en las primeras horas
en el límite del Parque Nacional de Doñana evitó males mayores en el más
emblemático espacio natural de la Península.
Sin embargo, los siguientes días fueron caóticos. Hubo cruce de
acusaciones entre la Administración socialista andaluza y la central del
PP. La guerra estaba servida cuando intervino el Consejo Superior de
Investigaciones Científicas (CSIC). Un sanedrín de los mejores expertos
se reunió en el Palacio de Doñana cuatro días después y puso sobre la
mesa de Aznar el primer informe.
Aznar escuchó a la Ciencia
En la Moncloa hicieron caso. En la Junta de Andalucía también. Se
repartieron las zonas de actuación y pusieron en marcha los trabajos
inmediatos y dos grandes planes a largo plazo para recuperar lo perdido
y mejorar la degradación de la comarca: Doñana 2005 y el Corredor Verde
del Guadiamar.
La actuación inmediata sobre un vertido 100 veces mayor que el del
petrolero Prestige movilizó a cientos de personas. Se gastaron 200
millones de euros. Mientras unos diseñaban dos plantas de depuración de
las aguas vertidas, otros expropiaban las tierras afectadas, sellaban la
balsa rota, retiraban las cosechas contaminadas y preparaban la retirada
de los lodos.
Durante 208 días 500 camiones y un centenar de máquinas recorrieron 17
millones de kilómetros entre la zona contaminada y una antigua mina a
cielo abierto, donde se depositaron millones de metros cúbicos del
vertido. Tres camioneros fallecieron en aquel trasiego. Decenas de miles
de toneladas de frutas y hortalizas fueron al vertedero, al igual que 27
toneladas de peces, cangrejos y aves.
Simultáneamente se realizaron 15.000 análisis científicos en cientos de
puntos de muestreo, y decenas de informes y estudios para avanzar en la
recuperación de la zona, algo que no se había hecho antes en ningún
lugar.
Diez años después, casi todo está mejor que, incluso, antes del vertido.
El Guadiamar ha logrado la figura de Paisaje Protegido y esta primavera
parece un vergel; la balsa minera está sellada e inertizada; sobre lo
que un día eran lodos al aire libre empiezan a colocarse paneles solares
fotovoltaicos.
Aznalcóllar pasó de ser una ciudad minera con decenas de camiones y
máquinas levantando polvo y vertiendo residuos a un polo de producción
de energías renovables. Cerca de la balsa minera se ven tres torres de
concentración solar –que serán ocho pronto–, donde convergen los rayos
de cientos de espejos. Es el mayor proyecto de esta tecnología en el
mundo y la espectral imagen da cuenta del profundo cambio socioeconómico
llevado a cabo en este tiempo.
«Estamos muy satisfechos. Ha sido largo y costoso, pero ha merecido la
pena», confiesa Concepción Pintos, directora general de Espacios
Protegidos de Andalucía. Las 2.700 hectáreas que ahora tiene esa figura
de protección reúnen los árboles que se salvaron y otros 3,5 millones
plantados. La remediación de los suelos, la repoblacion de las especies
acuáticas y la colonización de las aves son los mejores indicadores de
que aquello va bien.
«Ha sido una actuación con resultados notables», afirma el biólogo
Francisco Carrascal, técnico de la Consejería de Medio Ambiente, que ha
estado a pie de río estos 10 años. En su opinión, los buenos resultados
son consecuencia de que «se tomaron decisiones acertadas, rápidas y
arriesgadas».
«Es un magnífico ejemplo de lo que la Ciencia puede ayudar», señala
Fernando Hiraldo, actual director de la Estación Biológica de Doñana.
«El presidente del CSIC, César Nombela arriesgó la cabeza, pero eso es
lo que permitió la conexión entre la ciencia y la técnica y los
resultados que ha habido», añade el biólogo.
Sin embargo, Hiraldo considera que de aquella colaboración entre
científicos, políticos y técnicos no queda nada. Recuerda con amargura
que en la siguiente situación catastrófica ambiental, cinco años después
con el petrolero Prestige vertiendo fuel durante días, los científicos
fueron ninguneados por los políticos con el resultado conocido. «No
hemos aprendido de la experiencia», concluye.