El Camino de Santiago en Bicicleta

Día séptimo: hasta el Miño

Me despierto con la esperanza de que no llueva, pero el día amanece frío y lluvioso. Desayuno en la habitación pues la cafetería está cerrada. Da pereza partir lloviendo, pero sé que es sólo un obstáculo psicológico, pues si llueve en marcha uno sigue ¡Hay que seguir!

La subida por la carretera a los altos de San Roque y del Poio es suave. Me gusta pedalear cuesta arriba para entrar en calor. El agua va empapando los guantes, los calcetines, el culote, y luego se cuela por la garganta hacia la espalda. La bajada hasta Tricastela es un suplicio de frío. El viento es tan intenso que me tambalea en las curvas y en algunos sitios me frena y tengo que pedalear cuesta abajo. Eso me da una idea y también cuando no hace falta pedaleo y freno a la vez para intentar generar un poco de calor interno. Por fin, abajo, una cafetería salvadora donde tomar un colacao caliente. Otros ciclistas llegan a la vez en idénticas condiciones. Llueve a mares.

Flecha Amarilla Unos peregrinos coronan el Alto de San Roque bajo la lluvia, el viento y la niebla

Después de entrar en calor toca seguir bajo la lluvia. De nuevo el frío intenso. Deseo que lleguen las cuestas arriba para pedalear con fuerza, pero es agotador.

Al llegar a Samos deja de llover y comienza un precioso camino por el bosque y las aldeas. Todo subidas y bajadas. Es el Camino de Santiago en estado puro, como debieron verlo los antiguos peregrinos, sin cambiar durante siglos. Al no llover y tapar los árboles el viento, el cuerpo entra en calor y vuelvo a disfrutar de la belleza que el Camino muestra a mi alrededor.

Flecha Amarilla El vado de un río nos muestra el Camino en estado puro

Llego a Sarriá y tomo otro colacao caliente y un bocadillo. Después el Camino continúa entre bosques, prados y aldeas. No llueve, y sigo disfrutando. Hay rampas muy fuertes, y algunas de ellas tengo que hacerlas a pie. Algunas bajadas con piedras resbaladizas que también debo hacer a pie para evitar una caída. Me encuentro en uno de esos tramos de piedras que acaba con el vado de un río a un grupo de peregrinos. Unos llevan a hombros a un compañero, mientras otros, también a hombros, llevan su silla de ruedas. ¡Qué cantidad de amor y sacrificio se invierte en el Camino!

Flecha Amarilla Disfruto pasando por el barrizal con la bici

Justo cuando comienza de nuevo a diluviar encuentro un restaurante en una aldea. Son las dos y media, por lo que paro a comer. Estoy salvado al menos de este chaparrón.

Al salir, no llueve y el camino continúa igual de bonito. Unos kilómetros más de ascenso, y luego el descenso hasta Portomarín. Cómo se disfrutan los descensos por caminos de barro y tierra en bici de montaña. Me gusta pasar por los charcos y el barro, que a veces está mezclado con estiércol. En Castilla no entendía porqué los peregrinos a pie llevaban botas si para mi unas zapatillas deportivas eran mucho más cómodas. Aquí veo que las botas son imprescindibles para andar por el barro. Menos mal que son las ruedas de la bici las que lo soportan en mi caso.

Flecha Amarilla En el descenso por estos caminos se aprecian las virtudes de la bici de montaña

En Portomarín atravieso el embalse ahora casi seco, construido en el cauce del Miño. Subiendo hacia el pueblo después de atravesar el impresionante aunque feo puente, vuelve a diluviar. El albergue está lleno, pero el polideportivo está abierto a disposición de los peregrinos. Impresiona al entrar ver un bosque de esterillas, mochilas, gente dormida, ropa mojada tendida, botas llenas de barro. Me parece que está lleno, pero encuentro un rinconcito donde poner mi esterilla y el equipaje. Hacia la noche vería que en aquel sitio que me parecía lleno cabía muchísima más gente. Y sólo hay dos baños para todos.

Flecha Amarilla El pabellón de Portomarín, todavía medio vacío

Coincido al lado de un grupo de peregrinos a pie que vienen de O Cebreiro. Mientras la lluvia atruena al golpear el techo de uralita del pabellón me cuentan que dos de ellos son de Santander. Empezaron un grupo de cuatro, pero dos abandonaron y se habían juntado con otros dos caminantes para ir juntos. Me cuentan que al principio llevaban en el equipaje una tienda de cuatro kilos y hasta bombona de gas, pero que a las pocas horas de andar lo tiraron por ahí pues el peso les resultaba insoportable.

Otro ciclista que duerme a mi lado viene de Francia y ha recorrido ya 900 kilómetros, todo por caminos. Su familia le viene a ver el jueves a Santiago y por eso lleva prisa en estas últimas etapas.

Ahora hay proporcionalmente muchos menos peregrinos en bici que en Castilla. Se debe a que muchos peregrinos a pie comienzan el camino ya en Galicia, o poco antes. Por eso los albergues gallegos no dan abasto.

Algunos peregrinos, supongo que extranjeros, entonan cánticos pero se oyen voces pidiendo silencio. Temía que la noche iba a ser toda una experiencia, con tantísima gente.


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